Morelia, Michoacán, 14 de junio de 2024.- Pocas frases habrá que maticen tan de cuerpo entero el perfil Moreliano, del estado y de otros miles originarios de lugares circunvecinos y millones más del territorio nacional, que además expresen mejor nuestro sofisticado modo de ser, tal es el caso de la famosísima frase “a ver cuándo nos vemos”.
Parte de este protocolo, es usualmente utilizado por los queridos gobernantes de los tres niveles de gobierno; La gran mayoría de diputados, de funcionarios, ministros religiosos, empresarios, profesionistas, dirigentes sindicales apolillados como la silla en que por décadas han asentado sus nalgas, políticos incipientes y otros mucho más bribones que se creen parte de la realeza y por ello la gente carece de confianza, ya que al reconocer que no hay bases racionales suficientes para confiar en alguien con el que no se tiene una relación interpersonal frecuente y duradera, más que solo en las campañas electivas de cualquier índole con recuerdos y frases bonitas acompañadas de foto muy sonrientes.
Entonces se asume la necesidad de desarrollar mecanismos de monitoreo que permitan observar con mayor detenimiento la manera en que actúan dichos personajes que ya con el poder, hasta se esconden por no saludar o evitar expresar ahora solo un; “date una vuelta después” o “a ver cuándo nos vemos”. Esto serviría a la ciudadanía para tomar decisiones colectivas que atañen a todos. Sin embargo, si esta desconfianza se extiende más allá para alcanzar a las reglas que le dan sentido normativo a las instituciones políticas y de otras índoles, entonces se cierne una seria amenaza sobre la propia autocracia, debido a que los miembros de la comunidad no tendrían incentivos para seguir las reglas del juego, ya sea porque no le ven sentido en hacerlo o porque consideran que no hay sanciones efectivas para quienes las incumplen.
Las personas que se dicen mutuamente “a ver cuándo nos vemos”, desde luego no tienen la menor intención ni el más mínimo deseo de hacerlo, de otra manera, se fijaría en ese punto y momento la fecha y hora del próximo encuentro. Pero como nuestra obsequiosa urbanidad (heredada de los indígenas) y nuestro estilo excesivo (heredado de los españoles de antaño), nos impiden decir claramente que no nos interesa volver a ver al de enfrente, del que nos estamos despidiendo, recurrimos entonces a la frasecita de cajón y así salimos airosamente del trance:
-A ver cuando nos vemos-
Entre michoacanos principalmente y cuando se coincide en el centro histórico de la ciudad, el empleo de esta fórmula de cortesía sobre todo en los cafés, restaurantes, bares, saliendo de la iglesia, en los portales, oficinas y piqueras entre otros lugares de reunión no tiene mayor trascendencia, ya que en esas partes entendemos su sentido oculto, o sea, precisamente, que no tenemos ningún propósito ni la menor intención de volver a encontrarnos. Nuestros buenos modales nos impiden decir: “Mire usted, Don “Lau”, ojalá no lo vuelva a ver hasta el próximo sexenio y ojalá sea causando lastima o huyendo de la ley por tranza y corrupto.
Y nos referimos a la actualidad, en cambio con el “a ver cuándo nos vemos mi estimado Lau” damos a entender nuestros designios y a la vez quedamos como señores bien educados. La frase, sin embargo, suele ser motivo de grandes confusiones y hasta de enfriamiento de relaciones locales y nacionales cuando uno de los interlocutores es de otra entidad y, como tal, no está acostumbrado a la cabalística de nuestro lenguaje.
– A ver cuando nos vemos- se dice con frecuencia.
– ¿Cuándo quieres que nos veamos? – pregunta el interfecto, considerando que sería conveniente puntualizar situaciones para no quedar tan en el aire.
La pregunta, por otra parte, desconcierta al importante, que no la esperaba. Y si hay algo que desconcierte a los oriundos de clase y de otros tantos enquistados en la realeza, es el tener que determinar lo indeterminado. “Un momentito”, “al ratito”, “ahorita”, “mejor mañana”, “quien quita”, “lo vemos”, “nos ponemos de acuerdo” son otras frases con las que se pospone cualquier cosa por tiempo indefinido. De ahí que el “cantinfleo” sea unas infalibles cómodas válvulas de escape.
-Pues cuando tú quieras- sugiere vaga, pero siempre cortésmente según quien se cree importante. – ¿Qué te parece el próximo miércoles a la una quince de la tarde? – le proponen, después de consultar su libretita de compromisos sociales.
– ¿El miércoles? –le pregunta al chingonazo diría Mario Tzintzún (+), mientras piensa rápidamente en alguna excusa plausible. -Pues quién sabe. Fíjate que a esa hora creo que tengo cita con un alto funcionario del gobierno de la republica…Claro que lo de menos sería cancelar la cita, pero siempre se me hace medio gacho- dice.
-Gacho completo- exclama el otro interfecto, que a lo mejor también es medio influyente y le revienta aquello de que la gente sencillamente lo desaire.
-Las citas son sagradas, ¿qué te parece entonces el lunes de la semana próxima a las cinco de la tarde en punto? – le dice el cuatacho modesto que chambea como auxiliar del auxiliar del auxiliar de un subjefe , mientras al jodón o que se cree, se le enchina el cutis nada más de oír las palabras “en punto”. Es algo que está fuera de nuestras posibilidades psíquicas y fisiológicas.
– ¿El lunes de la semana entrante? – vuelve a preguntar, para hacer tiempo mientras inventa otra excusa. -Pues fíjate que va a ser medio complicado porque precisamente ese día salgo a Pátzcuaro- una excusa más.
En realidad, el purépecha no tiene intenciones de ir ni siquiera a uno de los Cutos (de la Esperanza, del Porvenir y Seco), – ¿Que dices del lunes de la semana siguiente? – insiste el de enfrente, siempre consultando su libretita. -Pues tampoco, porque a la mejor todavía no regreso. Mejor yo te aviso, ¿quieres? Un día de estos a ver si te llamo por teléfono para “ver cuando nos vemos”-
Los dos se despiden confusos mortificados con un principio de mutua hostilidad. “Si no tiene intenciones de verme” -piensa el nacido en este estado pero que trabaja en otro- “¿para qué chingaos me dices que a ver cuándo nos vemos?”. “¡Qué tipo más soporífero” -se dice a su vez el michoacano para sus adentros- “¿No está viendo el cabrón que estoy muy ocupado?”.