Morelia, Michoacán
No llegaron para quedarse, pero tampoco se van. Viven en la intemperie, bajo el sol y entre los coches. Son familias migrantes, en su mayoría hondureñas, que hoy sobreviven pidiendo dinero en los principales cruceros de Morelia, mientras el fenómeno se normaliza sin una estrategia real de fondo.
La representante del Instituto Nacional de Migración (INM) en Michoacán, Liliana Monroy, confirmó que actualmente se tiene detectada la presencia de ocho familias, integradas por aproximadamente 35 personas extranjeras, en las principales vialidades de la capital michoacana, actividad más redituable que un empleo fijo.
“Son familias hondureñas que ya cuentan con estancia regular en México. No buscan permanecer en Morelia, están de paso por periodos de un mes a mes y medio”, explicó.
Antes de este grupo, la ciudad fue punto de tránsito de familias haitianas, quienes se fueron desplazando hacia el norte del país. El flujo no se detuvo, solo cambió de rostro.
Monroy fue clara al señalar una realidad incómoda:
“Ellos tienen permiso para trabajar legalmente en México, pero han tomado el pedir dinero en los cruceros como un modo de vida. Les resulta rentable. Llegan a obtener ingresos diarios que superan a un trabajo formal”.
La funcionaria confirmó que la autoridad los tiene plenamente identificados y que la mayoría de los menores se encuentran acompañados por sus propias familias.
“Es muy raro encontrarlos dispersos. Los hemos atendido y están plenamente identificados”, indicó.
Sin embargo, la presencia de niñas y niños viviendo entre coches, semáforos y el asfalto revela una zona gris de abandono institucional: no son ilegales, no están detenidos, pero tampoco están protegidos.
El fenómeno se mueve, rota, se recicla: se van unos, llegan otros. Y mientras tanto, la ciudad se acostumbra a ver la pobreza migrante detenida por la luz roja de un semáforo.