Morelia, Michoacán
La exposición gráfica “El día que destruí al mundo”, de Sebastian Portillo, fue inaugurada este jueves 28 en la sala 8 del Centro Cultural Clavijero con una exploración optimista y de gran belleza sobre el fenómeno de la muerte.
Portillo, un artista visual moreliano, egresó en Teatro, Artes Plásticas y Ciencias de la Comunicación en Ciudad de México y, con una trayectoria de 25 años en la fotografía de retrato, el desnudo y publicitaria, ha presentado exposiciones individuales o colectivas en Estados Unidos, Francia y Argentina, además de México.
Es fundador y tallerista del Centro Fotoviva, un espacio donde desde hace más de una década se dedica a la enseñanza de la fotografía, las artes visuales y la cinematografía en la capital michoacana.
Ha contado con el apoyo económico de las Secretarías de Cultura Federal y estatal en dos proyectos que han acaparado reflectores. El primero se llamó “Apuntes de biología” y está basada en un cuaderno de su papá en el cual Portillo encontró la poesía necesaria para recrear en fotos digitales, fenómenos de gran belleza plástica como el origen de los mares.
La expo “El día que destruí al mundo” cuenta con 19 bellísimas fotos, las cuales están acompañadas por numerosos bocetos que se fueron preparando durante los seis meses que duró la preparación y conclusión de este proyecto.
Un crítico de arte comentó sobre la muestra: “El autor sale a buscar monstruos y se encuentra a sí mismo, permutado, distorsionado, hecho cenizas, putrefacto, temeroso, hinchado de fe, bello, violento y moribundo”.
Luego de la apertura formal del evento, Sebastian Portillo encontró un espacio para ofrecer sus impresiones a Primera Plana MX:
- En principio, el tema de su muestra es, sin dudas escabroso… ¿qué buscas con esta reflexión sobre la muerte?
Pues, dialogar, tocar un tema sobre el cual no tenemos permitido hablar: “Me voy a morir”, “Nos vamos a morir”.. Yo busco afrontar una realidad que no podemos negar. El nacimiento, el desarrollo y el fin marcan ciclos que se vuelven a reproducir. Nosotros nos vamos, pero, al final vendrán otros. Al final, no vamos a morir, simplemente vamos a dejar de ser lo que somos para ser otra cosa.
- ¿Y no temes que la gente salga un poco espantada?
Puede ser, aunque en realidad, mis fotos no asustan. Lo que yo hago es un llamado a disfrutar al máximo del poco tiempo que tenemos en la vida, con el convencimiento de que vamos a morir.
- Al ver tus fotos llegamos a la conclusión que también la muerte es bella…
Sin dudas, muchos artistas, incluyendo los fotógrafos, la han explorado con toda su hermosura y grandeza.
- Creo que en la fotografía, y en la plástica en general, la muerte es un tema tabú.
Así es, los poetas, cineastas, narradores, son bastante macabros en este tema y no pasa nada. ¿Y por qué los fotógrafos no podemos hacer lo mismo? Lo que sucede es que siempre se vendió la foto como algo figurativo, y no es así. La foto es un documento y tiene que trasmitir contenidos trascendentes.
- ¿Qué predominan en tus fotos, tu ego creador o los mensajes?
Creo que las dos, ninguna de las fotos tuvo su origen en el proceso técnico de creación directa, primero hubo una teorización. Yo trabajo a partir de textos que me permiten hacer bocetos, luego hago la representación de la imagen. Ninguna foto comienza con la premisa de lo bello por lo bello, sin embargo, la hermosura sale, no lo puedo evitar, quisiera hacer fotos más feas y no lo logro.
- No es fácil encontrar en Michoacán exposiciones fotográficas que llamen a la meditación… ¿te consideras un precursor?
Bueno, seguimos repitiéndonos. Y ya estamos hartos de las mismas fotos de Las Tarascas, la Catedral, el Acueducto… de las fotos costumbristas. No hay obras para las persona que buscan más. Este es un llamado a que las fotos puedan hablar con más libertad de temas sensibles.
La exposición “El día que destruí al mundo” podrá ser disfrutada por el público durante parte del verano. Se trata de un reclamo a renovar el concepto de las fotos “turísticas” para darle vida a un proceso de introspección, duro, áspero, tal vez, pero con hambre de trascendencia.