Morelia, Michoacán, 04 de agosto de 2024.- Lectura del santo Evangelio del domingo 4 de agosto según San Juan 6, 24-35
En aquel tiempo, al no ver allí a Jesús ni a sus discípulos, la gente subió a las barcas y se dirigió en busca suya a Cafarnaún.
Al llegar a la otra orilla del lago, encontraron a Jesús y le preguntaron: “¿Maestro, cuándo has venido aquí?”.
Jesús les dijo: “Os aseguro que vosotros no me buscáis porque hayáis visto las señales milagrosas, sino porque habéis comido hasta hartaros. No trabajéis por la comida que se acaba, sino por la comida que permanece y os da vida eterna. Ésta es la comida que os dará el Hijo del hombre, porque Dios, el Padre, ha puesto su sello en él”.
Le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para que nuestras obras sean las obras de Dios?”.
Jesús les contestó: “La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado”.
“¿Y qué señal puedes darnos –le preguntaron– para que, al verla, te creamos? ¿Cuáles son tus obras? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: «Dios les dio a comer pan del cielo»”.
Jesús les contestó: “Os aseguro que no fue Moisés quien os dio el pan del cielo. ¡Mi Padre es quien os da el verdadero pan del cielo! Porque el pan que Dios da es aquel que ha bajado del cielo y da vida al mundo”.
Ellos le pidieron: “Señor, danos siempre ese pan”.
Y Jesús les dijo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca más tendrá hambre, y el que en mí cree, nunca más tendrá sed”.
Palabra del Señor.
¿Pedirle a Jesús el agua y el pan llevan a la fe verdadera?
Al considerar el diálogo entre Jesús y sus seguidores sobre el pan de vida me recuerda el diálogo con la samaritana. En un momento dado ella le pide que le de del agua que le ofrece, también los seguidores se lo piden ¿Pedirle a Jesús el agua y el pan llevan a la fe verdadera?
Nos encontramos en el corazón del evangelio de San Juan. Después de una breve narración de la multiplicación de los panes y del encuentro de Jesús con sus seguidores en la sinagoga de Cafarnaum al día siguiente, comienza un discurso que nosotros llamamos el discurso del Pan de Vida y que la comunidad cristiana entiende como un discurso explicativo del misterio de la Eucaristía.
Varios pasajes del evangelio de san Juan se parecen, en particular nosotros podemos comparar este pasaje con el diálogo entre Jesús y la Samaritana (Jn 4,1-42). Jesús se encuentra con las personas y el diálogo inicia hablando sobre cosas materiales. El agua y el pan. Pero Jesús desde el inicio le da un valor muy diferente al valor que las personas entienden.
Jesús a la Samaritana le está ofreciendo “el agua que salta para la vida”, en cambio a sus seguidores en Cafarnaum les está ofreciendo el “pan vivo bajado del cielo”. En ambos casos, se hace evidente que las palabras de Jesús no están siendo comprendidas del todo, pero hay una disposición básica para aceptarlo, puesto que la samaritana le dice “dame de esa agua para que ya no tenga que venir a recoger agua a este pozo”. Sus seguidores, le piden en la sinagoga, “danos de ese pan”.
Estas palabras son ciertamente un indicador para un nuevo nivel de comunicación de parte de Jesús.
Como respuesta a la Samaritana, Jesús le pide que “traiga a su marido”. En el caso del discurso del pan de vida el Señor introduce la afirmación más contundente del discurso: “yo soy el Pan de la Vida. El que viene a mí no tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed”.