“La verdadera lectura nos transforma. Entramos siendo una persona y salimos siendo otra”
Cristina Rivera Garza

Yazmin Espinoza

Hace unos días recibí una invitación que me emocionó profundamente: participar en el podcast Agenda para todas, para hablar de mi biblioteca feminista. No de los libros solamente, sino del recorrido que me ha llevado a ellos y de cómo esa lectura se ha transformado, poco a poco, en una forma de resistir, sanar y, sobre todo, sostenerme. Porque aunque la lectura llegó a mi vida desde muy temprano, se volvió indispensable después de una de las crisis más profundas que he vivido: la de convertirme en madre.

No me malinterpreten. La maternidad me ha regalado muchas cosas: ternura, sentido, reconfiguración. Pero también me enfrentó a una especie de vacío identitario. ¿Quién era yo, además de mamá? ¿Dónde quedaban mis pensamientos, mis preguntas, mis deseos? Esos que, en el día a día de cuidar, criar y correr, se van quedando relegados. Y fue ahí, justo ahí, donde la lectura apareció como una tabla de salvación. Leer se volvió una pausa intencionada, casi un acto de rebeldía. Porque en un mundo que exige productividad constante, sobre todo de las mujeres, y más aún de las madres, abrir un libro es decir: mi tiempo también importa. Mi pensamiento también.

Pero lo más potente vino después: cuando dejé de leer sola.

Desde hace un par de años me animé a formar un círculo de lectura feminista al que llamé Tribu de letras. Nos reunimos de manera presencial en Morelia, casi siempre en alguna cafetería o en la casa de alguna de nosotras. Las infancias siempre son bienvenidas. Ese detalle no es menor: poder leer y hablar de libros sin tener que separar nuestra maternidad de nuestros otros intereses es una forma de tejer lo que muchas veces se nos exige dividir. Leemos autoras. Solo autoras. Mexicanas, latinoamericanas, contemporáneas, históricas, jóvenes, abuelas. Leemos a mujeres que escriben desde el cuerpo, desde la rabia, desde el deseo, desde la enfermedad, desde el parto, desde la migración, desde la tristeza más honda y desde el placer más libre. Leerlas es, muchas veces, leernos.

En cada sesión sucede algo difícil de explicar, pero fácil de sentir: nos reconocemos. Yo hablo de un capítulo que me conmovió, otra cuenta cómo ese fragmento le recordó una conversación con su hija, alguien toma la palabra con voz temblorosa, y sin embargo firme, para decir: esto que escribió esta autora, yo también lo he vivido. Lo que compartimos no son solo opiniones sobre libros; lo que compartimos es experiencia. Nos nombramos en las palabras de otras. Validamos nuestros silencios. Nos damos permiso para sentir y decir.

En ese espacio, la lectura se vuelve mucho más que una actividad cultural. Es un ritual de cuidado. De autocuidado y de cuidado colectivo. Porque cuando una lee, se da un espacio para sí misma. Pero cuando leemos juntas, estamos diciéndonos: yo también estoy aquí contigo, pensando el mundo desde otro lugar. Y ese lugar es político. Siempre lo ha sido.

Históricamente, las mujeres hemos sido silenciadas, apartadas del conocimiento, de la escritura, del debate. El canon literario, ese que se estudia en las escuelas, que se premia, que se exhibe en las vitrinas, ha ignorado sistemáticamente nuestras voces. Leer autoras es una manera de corregir esa omisión. Compartirlas en comunidad es resistirla. Tribu de letras puede entonces parecer una trinchera blanda, sí, pero poderosa. No gritamos, pero decimos: esto también importa. Importa hablar de la maternidad, de la salud mental, del cuerpo, de la violencia, del amor, de lo que nos duele y también de lo que nos salva.

No se trata solo de libros. Se trata de lo que pasa cuando nos encontramos alrededor de ellos. Las conversaciones que surgen a partir de una novela o un poema pueden ser más reveladoras que cualquier terapia. Una frase en voz alta puede abrir la puerta a una historia de vida que estaba guardada desde hace años. He visto mujeres transformar su manera de criar después de leer a otras. He visto cómo ese pequeño acto de reunirse una vez al mes para hablar de literatura termina detonando proyectos, amistades, redes de apoyo. Porque sí, a veces leer juntas lleva a escribir. Y escribir lleva a narrarnos de otra forma.

Por eso, desde Historias para mamá hago, ahora acompañada, un esfuerzo constante por promover la lectura de autoras mexicanas contemporáneas. Porque queremos contar nuestras historias desde aquí, desde nuestros cuerpos, nuestras maternidades, nuestras violencias, nuestras pasiones. No como un capricho, sino como una necesidad. Lo personal es político, sí, pero también es poético. Hay belleza en narrar lo cotidiano. Hay poder en mirar nuestras propias vidas como materia literaria.

Hoy, mi biblioteca feminista no es un estante lleno de libros escritos por mujeres. Es eso, sí, pero también es el espacio que construimos juntas cada vez que nos sentamos a leer en comunidad. Es la tribu que hemos tejido con palabras, con silencios, con preguntas. Es el espejo donde volvemos a vernos, no como las que siempre cuidan, sino como las que también se permiten ser cuidadas. Como lectoras. Como pensadoras. Como mujeres.

¿Quieres comenzar tu biblioteca feminista? Te invito a acercarte a estas lecturas:

Brenda Navarro – Casas vacías

Una novela potente sobre la desaparición infantil y las maternidades heridas. Muestra las distintas caras de ser madre en un contexto violento. Perfecta para reflexionar sobre la maternidad sin idealización.

Fernanda Melchor – Temporada de huracanes

Dura, cruda, imprescindible. Es una exploración brutal del machismo, la pobreza estructural y la violencia contra las mujeres. No es una lectura cómoda, pero sí urgente.

Jazmina Barrera – Linea nigra

Una meditación sobre el embarazo, el cuerpo gestante, la escritura y la genealogía femenina. Lleno de referencias literarias y sensibilidad. Ideal para madres lectoras.

Cristina Rivera Garza – El invencible verano de Liliana

Una crónica sobre el feminicidio de su hermana. Es tan personal como política, y un ejemplo claro de cómo la escritura puede ser memoria, justicia y denuncia.

Dahlia de la Cerda – Perras de reserva

Publicado en 2019, este libro de cuentos explora las vidas de mujeres que sobreviven en los márgenes: trabajadoras sexuales, madres adolescentes, mujeres trans, cholas, feministas radicales, víctimas de violencia o habitantes de contextos profundamente precarios.

Daniela Rea – Fruto

Fruto es un libro híbrido, entre el ensayo personal, la crónica y la poesía. Parte de la experiencia de la maternidad para explorar temas como el cuerpo, el deseo, el miedo, la crianza, la violencia y la memoria. Lo más potente de esta obra es cómo trasciende la experiencia individual para preguntarse qué significa maternar en un país como México, atravesado por la violencia estructural y el abandono institucional.

Yazmin Espinoza. Comunicóloga enamorada del mundo del marketing y la publicidad. Apasionada de la literatura y el cine, escritora aficionada y periodista de corazón. Mamá primeriza. Lectora en búsqueda de grandes historias.

Instagram: @historiasparamama