Morelia, Michoacán | Agencia ACG.- Caminar hoy por el Morelia implica transitar entre capas de tiempo. En una de sus calles menos ruidosas pero más cargadas de historia de San Agustín en corredor san Cristóbal Ecatepec, Joaquín García, comerciante de 75 años, observa el ir y venir de la ciudad con la serenidad de quien ha visto transformarse casi todo. Su historia es también la del Centro Histórico de Morelia, un espacio que, aunque conserva su traza y su piedra, ha cambiado profundamente en su vida cotidiana.
Joaquín recuerda un centro distinto, más cercano, más comunitario. Edificios que hoy tienen otros usos antes albergaban escuelas, mercados o espacios donde la vida se compartía sin prisas. La ciudad creció, se expandió y con ello llegaron nuevas dinámicas. Para él, la tranquilidad comenzó a diluirse con el aumento poblacional y el desorden urbano, dando paso a una sensación de inseguridad que antes no formaba parte de la rutina. No habla desde el alarmismo, sino desde la experiencia acumulada de décadas, donde la confianza se fue erosionando poco a poco.
Sostener un negocio en el corazón de la ciudad tampoco es sencillo. Joaquín describe un panorama marcado por rentas elevadas, competencia constante y márgenes cada vez más reducidos. Abrir un local implica resistir meses sin ganancias reales, mientras los gastos se acumulan. A ello se suman los efectos de la pandemia, el comercio por internet y la llegada de productos baratos que, aunque accesibles, desplazan al comercio tradicional. No lo dice con resentimiento, sino con la claridad de quien entiende que las reglas del mercado han cambiado y no siempre juegan a favor de los pequeños comerciantes.
San Agustín, explica, fue durante muchos años un auténtico mercado popular. Allí se vendían frutas, verduras, hierbas, utensilios de barro y productos del campo que llegaban directamente de los pueblos cercanos. Con el tiempo, el mercado fue retirado, se construyó la explanada y se instalaron locales formales. Las remodelaciones trajeron orden y una nueva imagen, pero también redujeron espacios y modificaron la forma de trabajar de quienes ya estaban ahí. Lo que se presentó como apoyo, en muchos casos significó adaptarse a condiciones impuestas.
Vivir y comerciar en una zona considerada Patrimonio de la Humanidad conlleva también una carga pesada. Joaquín señala que las restricciones para modificar o reparar inmuebles históricos, junto con impuestos elevados, han puesto en aprietos a numerosos propietarios. Algunas fincas, al no poder mantenerse, terminan en manos del gobierno o de inversionistas. Ejemplos como varias propiedades abandonadas en le centro histórico ilustran el enorme valor que puede alcanzar una propiedad, frente a dueños que no siempre cuentan con los recursos para conservarla o modificarlas como te imponen.
Hoy, dice, el Centro Histórico ya no es el gran mercado de comestibles que fue. Las ventas han bajado y los comerciantes deben cumplir con permisos, pagos y recorridos constantes de supervisión. Aun así, Joaquín no se coloca únicamente desde la queja. Reconoce que la ciudad sigue viva, que aún hay movimiento y que, pese a todo, su pequeño espacio de trabajo sigue en pie.
La historia de Joaquín García no es solo la de un comerciante, sino la de una generación que ha sostenido el pulso cotidiano del Centro Histórico. Entre cambios, dificultades y recuerdos, su testimonio refleja una Morelia que resiste: una ciudad que busca equilibrar su pasado con un presente complejo, y donde la memoria de quienes la han habitado sigue siendo una de sus mayores riquezas.