¿Que se llevaron extraditados a esos 29? Si a Estados Unidos le sirven y los puede tener allá, que se lleve otros 100, al cabo de esos aquí tenemos a raudales
Jorge A. Amaral
El pasado jueves, una comitiva de ilustres mexicanos salió rumbo a Estados Unidos a conocer el sistema penitenciario de ese país. No son cualquier gente, todos son expertos en temas de seguridad y delincuencia organizada, además de ser conocedores del sistema carcelario y de justicia de nuestro país.
La comitiva no va gratis ni sólo porque sí. Esos 29 forman parte del intercambio entre México y Estados Unidos: ellos aportarán a la Unión Americana información de primera mano para ayudarles a detallar el mapa de México y recibir el debido reconocimiento a su trayectoria, mientras que, por parte de Estados Unidos, puede que Donald Trump afloje un poco la presión que hace sobre el gobierno mexicano.
Entre los distinguidos personajes que van a hacer una estancia a Estados Unidos están los temibles hermanos Treviño Morales, sanguinarios líderes de Los Zetas. También va un señor de apellido Méndez, José Jesús, creo que se llama; El Chango, parece que le dicen en su familia. Otro de los connotados mexicanos que van a la Unión Americana, si bien no tiene mucho peso en la actualidad, para el gobierno de ese país tiene mucho valor simbólico y sentimental, sobre todo en la DEA: Rafael Caro Quintero.
La lista es larga y no vamos a enunciarla toda, pero hay personajes que, si bien, como digo, su valor ya es meramente sentimental más que operativo, hay otros cuya partida allende las fronteras sí puede provocar ciertos tambaleos en las estructuras de donde emanaron, pues recordemos que en las grandes empresas criminales, cuando el CEO o un alto ejecutivo caen, atrás de él vienen otros tres aspirantes a sucederlo, lo que desencadena conflictos internos, balaceras y muchos muertos.
Todos ellos pueden dar a Estados Unidos información importante y, lo que es más riesgoso para el gobierno mexicano: poner sobre la mesa los nombres de funcionarios o políticos mexicanos coludidos con ellos. Esa es la razón por la que el gobierno de México suele mostrarse reacio a extraditar narcos: saben que en una cárcel de Estados Unidos no pueden controlarlos ni medirles las declaraciones.
Por eso esta extradición colectiva no debe verse como simplemente un gesto de buena voluntad o un decirle a Estados Unidos “tómalos, ya les saqué lo que necesitaba; te toca”. No, para el gobierno mexicano, y más el actual, tan cargado de un nacionalismo tan necio (el tema del Mayo Zambada lo pone en evidencia), extraditar a un narco es como faltar a la sobadísima soberanía nacional y por eso se hace sólo obedeciendo a la presión que el gobierno de Estados Unidos ejerza sobre el de México como parte de su agenda.
Y es que, mientras esos 29 delincuentes eran extraditados, altos funcionarios mexicanos se reunían con otros altos funcionarios de Estados Unidos en Washington para tratar de disuadir a Donald Trump de imponer los aranceles de 25 por ciento a los productos mexicanos a partir del 4 de marzo. La extradición de esas personas es una forma que halló el gobierno mexicano de decirle a Trump “mira, para que veas que nosotros no protegemos a los narcos, que no somos un narcogobierno, hay te van 29 de alto perfil para que hagas lo que quieras con ellos”. Entonces con esto se refuerza la impresión de que sí se está luchando contra los cárteles y que se está dispuesto a erradicar el tráfico de fentanilo y migrantes a Estados Unidos. Recordemos que en esta semana, el presidente estadounidense dijo que México no estaba haciendo lo suficiente, y entonces decidió presionar con su zapato sobre el pescuezo del gobierno mexicano.
Entonces, ¿que se llevaron extraditados a esos 29? Si a Estados Unidos le sirven y los puede tener allá, que se lleve otros 100, al cabo de esos aquí tenemos a raudales. Ya veremos en esta semana qué pasa con los aranceles, si el bully norteamericano habla en serio o sólo está blofeando. Al tiempo.
Jalo con los homies
Ya que está demostrado que los conciertos organizados por el gobierno del estado han sido un éxito, que cualquier banda o grupo que usted ponga jala más gente que el Atlético Morelia, sería bueno ampliar horizontes, sobre todo hacia los sectores más vulnerados y vulnerables.
Propongo que para el 23 de febrero de 2026, fecha sumamente especial en el calendario estatal, se traiga a Cypress Hill, y ya de ahí se contrate a algunos de los muchos talentos locales y de ciudades cercanas. Sí, sabemos que Cypress Hill es más caro que Chayanne –of course!–, pero se llenaría el Estadio Morelos, y dando el aliciente de proyectar a raperos de la ciudad, el mensaje llegaría con más facilidad a esos a quienes el discurso gubernamental les importa un carajo porque su contacto más directo con las autoridades es cuando una patrulla los intercepta sólo por cómo visten, por cómo caminan y hasta por los tatuajes.
Ya se hicieron festivales “Jalo!” para chavo rucos (con Molotov me divertí como gorda en tobogán pero me perdí a El Gran Silencio) y rockeros añejados que gritaron al ritmo de Caifanes, ya se hizo también uno para señoras con Chayanne. Ya toca el turno de hacer uno que se llame “Jalo con los homies!”.
Imagínese, señor gobernador, Cypress Hill arengando “medio loco en el coco” y todo el Estadio Morelos gritando al unísono “¡ido de la mente!”, o B-Real empezando “I want to get high” mientras toda la concurrencia remata “so hard!”, todos felices y agradecidos con usted por hacerlo posible y usted en primera fila para presenciarlo. No sé, piénselo, de todos modos la gente va a criticar.
Santana y Hancock: el océano del jazz
Hacia 1972, Santana ya no era el mismo de Woodstock. Ya había alcanzado el estrellato con su disco homónimo, ya se había consolidado con “Abraxas” (1970) y reafirmado con “Santana III” (1971). La banda ya había pasado por varios cambios en la alineación y el guitarrista empezaba a ampliar sus horizontes musicales y espirituales, inspirado musicalmente por las fusiones de Miles Davis y la espiritualidad musical de John Coltrane y Pharoah Sanders. Así llegó el cuarto disco de Santana, “Caravanserai” (1972), que inauguró una era completamente nueva en su carrera, y a mi parecer la más interesante: el Santana jazzista.
En la década de los 70 Santana pasó por un renacimiento espiritual y empezó a hacer música de la mano de John McLaughlin. Así fue como, sacrificando el éxito comercial por la libertad del jazz, lanzó discos extraordinarios como “Love, devotion surrender” (1973), “Welcome” (1973), “Illuminations” (1974), “Borboletta” (1974) y “Lotus” (1974).
Por su parte, el jazzista Herbie Hancock estaba inmerso en un sonido con tintes más comerciales, adentrándose más al funk. Hacia 1980, Santana había lanzado otro disco de jazz: “The swing of delight”, junto a Wayne Shorter, Herbie Hancock y Ron Carter entre otros.
Pero el 26 de julio de 1981 sucedió algo que, por fortuna, quedó grabado: la presentación del pianista y el guitarrista en el festival “Live Under the Sky”, en Tokio. Que es el disco que recomiendo esta semana.
El disco producto de esa presentación ofrece la lista de piezas en distinto orden a como se tocaron en vivo, asó que el álbum arranca con un popurrí de dos temas emblemáticos de Hancok y Santana. “Watermelon Man”, de su primer disco “Takin’ Off”, y “Evil Ways”, publicado en el primer álbum de Santana. Mas de 20 minutos de solos de Hancock y Santana aderezados con percusiones y el solo de batería de Tony Willians.
“Round midnight”, 100% jazzística, es una versión de un tema de Thelonious Monk, Bernie Hanighen y Cootie Williams que Hancock adapto para la banda sonora de la película “Round Midnight”.
En "Parade" vuelve a entrar a escena un Santana que se mueve como pez en el agua del jazz. Así destaca la magnífica ejecución del bajista Ron Carter.
“Sorcerer” y “A quick sketch” nos redirigen hacia un frenético jazz de la mano de Wynton Marsalis.
"Spartacus love theme" es una composición de Alex North para la película "Spartacus", y le queda a la perfección a Santana, quien logra unir al jazz y el rock como si hubieran nacido juntos.
Por cierto, esa versión de “Europa”, híjole, es una jam deliciosa en la que Santana pone la carne y Hancock enciende el fuego.
Así, cada pieza es un viaje por distintos senderos musicales, con toda una gama de sonoridades que no dan un descanso a los oídos, sino que, si es la primera vez que lo escuchamos, nos mantienen a la expectativa de qué sigue, y si ya conocemos el disco, siempre podemos encontrar una nota, una variación, que no habíamos notado antes. Es cuánto.