Morelia, Michoacán, 24 de septiembre de 2024.- La estupidez humana es un fenómeno que ha intrigado a filósofos, psicólogos y estudiosos de la conducta a lo largo de la historia; entre otras razones por que todos hemos experimentado actos de estupidez en nuestras vidas, de leves a graves, o lo más común -que para eso nos pintamos solos- hemos sido testigos de ellos. A menudo se confunde con la ignorancia, la malicia o la torpeza, pero la estupidez tiene características particulares que la hacen única y, en muchos casos, peligrosa.
La definición de estupidez es sencilla, se describe básicamente como torpeza y falta de inteligencia. Inteligencia, como ya se sabe, se define, entre otras maneras, como la capacidad que se tiene para comprender, conocer, saber y aprender.
Ahora bien, la estupidez no se limita a la falta de inteligencia o conocimiento. Un individuo estúpido no necesariamente es alguien que desconoce una materia en particular, sino más bien alguien que actúa de manera perjudicial tanto para sí mismo como para los demás. Es importante distinguir la estupidez de la ignorancia: mientras que el ignorante puede aprender y mejorar con el tiempo, el estúpido suele ser inflexible y repetitivo en sus errores.
Una pregunta interesante es si los animales pueden ser estúpidos. La respuesta, basada en las observaciones científicas y conductuales, es que no. Los animales actúan instintivamente para sobrevivir y reproducirse. Sus acciones están dictadas por la naturaleza y el instinto de supervivencia. No podemos decir que un animal sea estúpido si actúa de forma que no comprendemos, ya que sus decisiones están alineadas con la lógica de la preservación de la especie. La estupidez, en cambio, es un fenómeno netamente humano porque involucra la capacidad de tomar decisiones conscientes y aún así optar por acciones que resultan dañinas para uno mismo y para la sociedad.
Es crucial distinguir la estupidez de otras formas de comportamiento negativo, como la malicia o la perversidad. La malicia implica la intención de causar daño, pero, a diferencia de la estupidez, el malvado suele obtener algún beneficio de sus acciones. La perversidad intencional, por su parte, es un acto deliberado de causar sufrimiento o caos, pero siempre con un objetivo claro, aunque sea retorcido. El estúpido, en cambio, no tiene ni siquiera un propósito claro o provechoso al actuar de manera dañina; sus acciones no siguen una lógica racional, lo que las hace más difíciles de predecir y, en muchos casos, más destructivas. En otras palabras, el estúpido puede sufrir las consecuencias de su propia estupidez.
Establecido lo anterior, podemos considerar que la estupidez es lo contrario de la inteligencia. Pero concretamente, ¿qué significa o que traduce la existencia de un estúpido?. Según Carlo M. Cipolla, profesor emérito de Historia Económica en Berkeley, en su libro «Las leyes fundamentales de la estupidez humana» el estúpido es un miembro de ese grupo humano que existe desde el principio de los tiempos y que es el causante del estado deplorable en que la humanidad ha vivido desde entonces. Este libro, a caballo entre la seriedad y el humorismo, analiza sin piedad este fenómeno.
Cipolla enuncia 5 leyes de la estupidez humana que son las siguientes:
1.- Siempre e inevitablemente cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circulan por el mundo.
2.- La probabilidad de que una persona determinada sea estúpida es independiente de cualquier otra característica de la misma persona.
3.- Una persona estúpida es alguien que causa un daño a otro individuo o grupo de individuos sin obtener, al mismo tiempo, un provecho para sí, o incluso obteniendo un perjuicio.
4.- Las personas no estúpidas subestiman el potencial nocivo de las personas estúpidas.
5.- La persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que existe.
Ahora bien, estúpidos existen en todos lados, en todas las estructuras públicas y privadas y obviamente en todos los partidos. Los podemos encontrar tanto en la izquierda como en la derecha, pues no tienen orientación ni bandera específica.
Podemos concluir que discutir con estúpidos es termodinámicamente oneroso por la energía que se consume en rebatir sus tonterías. Y lo malo es que para rebatir una a una todas esas idioteces es necesario un proceso que puede ser largo y complicado, pues decir una tontería es fácil y rápido, pero para rebatirla se necesita tiempo, esfuerzo y un mínimo de conocimiento. Por lo tanto, ser imbécil está termodinámicamente favorecido, porque se ahorra energía.
Como podemos ver el asunto es interesante y nos pone a pensar, pero en serio.