Mirador Ambiental
Como si fueran hojas secas que se deprenden del árbol con los vaivenes del viento, las noticias sobre el terror que vive México se acumulan unas sobre otras formando cúmulos de un paisaje terrorífico y ya costumbrista.
Muchas cosas están podridas en México, pero siguen en pie alimentándose del estatus político, económico y hasta cultural que esa pudrición ha generado. La vitalidad de esta tragedia se nutre de la barbarie que se erigió cuando los líderes enterraron las utopías históricas y en su lugar ondearon las banderas del pragmatismo más cínico y descarnado.
En nombre del relativismo, que glorifica las conductas más impresentables como verdaderas y atinadas, que asfixia la universalidad de los valores atacándolos por no ajustarse a las necesidades mezquinas de tribus ególatras, han abierto de par en par las puertas para que con sumisión pase el terror, la violencia, el dolor, la sed de sangre y se realicen los sueños más inhumanos del poder.
Cuando a un cuerpo le falta salud es débil ante microorganismos que le pueden hacer daño y matarlo. México no siempre tuvo buena salud y tampoco se ocupó de tener la higiene necesaria para evitar que las bacterias lo minaran, lo enfermaran y lo llevaran a la condición penosa que ahora tiene. Cuando nació el mal tuvo, casi siempre, inmejorable partera: la institucionalidad gubernamental.
En donde operaron y operan, en los territorios municipales, estatales y regionales, siempre se atravesó para ellos la urgente necesidad de contar con el poder político para realizarse.
La promoción del mal ha sido, como consta, la obra de entes privados, pero también de personajes públicos. En su expansión se han alternado, y unos y otros se agradecen el favor, unos por acceder a riquezas y perversiones ilegales jamás soñadas, los otros, aparte de las riquezas, por asegurarse el acceso y permanencia en el poder político.
Tal vez el mal haya comenzado por las ramas, en territorios pequeños, que tuvieron la mirada complaciente del poder local porque los pesos llegaban a sus manos y abrían la oportunidad a negocios “tolerados”. Cuando las empresas crecieron, ocurrió lo que pasa con toda empresa en expansión, el territorio resulto estrecho y pequeño frente a la demanda de mayor influencia y poder. Entonces todo escaló, la corrupción, la violencia, el terror, la muerte.
De manera gradual fueron por el todo. Un organismo minado no pudo resistir la fuerza de la expansión del mal. Habían minado los valores de la clase política, la poca fortaleza de las instituciones, hasta la percepción de los pobladores. Y como la impunidad se convirtió en una garantía efectiva se esparció la certidumbre de que el mal, después de todo, era un bien que debía aceptarse.
Tanta victoria necesitaba un credo, la egolatría del mal necesita que sobre el quiebre de los valores se erijan los propios. Así ganaron territorio en la cultura popular. Mas no con una producción cultural crítica, sino con una cultura de sumisión al alarde del poder del mal, al poder de las armas y de la muerte, al imperio del dinero y al derroche, una cultura de exaltación de sus ídolos vivos y muertos. Han logrado éxito incluso con su estética del mal y han convertido sus prototipos en el orgullo de millones de jóvenes.
Han sabido llenar con brutalidad y eficacia los espacios que abandonó el Estado y la sociedad civil. Lo que comenzó en las ramas ha invadido el tronco y llegado hasta el corazón de México. El mal ha hecho metástasis. Están dañadas las instituciones, los partidos políticos, la economía, la cultura, los gobernantes.
La felicidad y el orgullo por el mal han mutado en el dolor indescriptible de las desapariciones por decenas de miles, en los asesinatos por decenas de miles y en el de cientos de miles de familias destrozadas. La carrera alocada del mal se ha llevado entre los pies, entre otras cosas, un bien altamente preciado: la soberanía nacional.
La soberanía debilitada ha sido olfateada por el predador del norte y sabe, con la información que posee, que tiene del cuello al gobierno que ha permitido gustoso que la metástasis avance. No han tenido opción, deben tributar al predador del norte para su consumo electoral, detenciones, laboratorios y en su caso la muerte de los jefes civiles del mal; con seguridad mañana tributarán la rendición ante un nuevo tratado comercial.
Pero al predador del norte no le preocupa que las ramas, el tronco y el corazón de México estén enfermos de muerte, más bien ve en ello una oportunidad. Es una tarea titánica de los mexicanos derrotar al mal en todos los terrenos en los cuales ha logrado su dominio: en la política, en el gobierno, en la economía, en los valores culturales, en el control territorial. Es ahí donde debe tomarse control de la soberanía.
Para ser francos no se miran muchas esperanzas en que la descomposición de México pueda ser contenida. No es creíble, por ejemplo, que la sociedad mexicana, esté convencida de echar del poder a todos los gobernantes que han pactado o son jefes del mal. Tampoco en el horizonte brillan grandes liderazgos. Lo que sí es seguro es que las contradicciones que ocasiona esta crisis derivarán, tal vez, en oportunidades para cambios coyunturales o en más períodos de oscuridad.
Mientras tanto las hojas de la tragedia seguirán formando cúmulos de ignominia, que no a todos provoca repulsa y asco. Sacar del lenguaje público palabras como desaparecido, exterminio, masacre, secuestro, es la prueba de lo que se oculta. No es la cortina lo que hiere, es la infamia que oculta la cortina. En tanto, los derechos humanos como valor universal se nos mueren en nuestra distraída conciencia.
Los valores particulares de la tribu bárbara siguen ganando batallas.
El autor es experto en temas de Medio Ambiente, e integrante del Consejo Estatal de Ecología
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