«La educación no es llenar un cubo,
sino encender un fuego»
William Butler Yeats
(1865 -1939)
Horacio Erik Avilés Martínez
Escribir una columna es fácil, pero quizás menos que extraviarse en el laberinto de la vanidad. En cambio, encarnar lo maravilloso en la educación michoacana requiere preparación, sacrificio, compromiso y resultados que desde hace décadas se esperan en las escuelas estatales.
Antes de continuar, detengámonos en la maravilla de la palabra misma: maravilla. Del latín mirabilia, plural neutro de mirabilis, que es lo admirable y lo asombroso, a su vez deriva de mirari, que es admirar o contemplar con asombro, conjugado con la raíz smei, la cual nos remite al acto de sonreír ante lo que nos sorprende gratamente. Así, una maravilla, etimológicamente, es aquello que nos detiene en seco, que nos arranca del automatismo cotidiano, que nos hace abrir los ojos con asombro genuino y nos provoca una sonrisa de admiración involuntaria.
Las maravillas se reconocen, emergen de la realidad y nos obligan a inclinar la cabeza con respeto. Una maravilla auténtica transforma nuestra percepción del mundo, nos hace mejores por haberla presenciado.
Ahora es momento de voltear a mirar quiénes hacen maravillas en la educación de Michoacán. Están en las aulas, en los patios, en las comunidades.
Son los directivos que llegan antes del amanecer para abrir escuelas en comunidades donde el transporte público es un lujo, quienes gestionan con sus propios recursos las reparaciones urgentes porque los presupuestos nunca llegan o llegan tarde; los que median conflictos y rescatan estudiantes en crisis e improvisan soluciones cuando las autoridades educativas ni siquiera contestan el teléfono.
Maravilla era aquella maestra y directora a la vez de una telesecundaria en la Meseta Purépecha que, durante la pandemia, caminaba cinco kilómetros diarios para llevar personalmente las tareas impresas a quince hogares sin internet, cargando en su mochila no solo hojas de papel sino la convicción de que ningún estudiante se quedaría atrás. Cuando regresó la presencialidad, ni uno solo de sus alumnos se había quedado fuera del sistema educativo. Eso sí es maravilloso.
Maravillosas son las trabajadoras sociales que visitan hogares violentos para rescatar trayectorias educativas a punto de quebrarse; los intendentes que con su salario compran material de limpieza porque las escuelas no tienen para jabón; el personal administrativo que navega burocracias kafkianas para que los maestros cobren a tiempo y los niños tengan sus becas.
Las y los docentes —esos seres maravillosos que el discurso oficial olvida— que enseñan a leer con libros viejos y prestados; que inventan laboratorios de ciencia con botellas de refresco; que dan clases de inglés sin haber salido jamás del estado; que pagan de su bolsillo las impresiones porque no hay presupuesto; que alfabetizan a madres de familia por las tardes para que puedan ayudar a sus hijos con la tarea.
Maravilloso es ver a un maestro con medio siglo de servicio a cuestas ejerciendo su vocación, su compromiso con la educación, a pesar de todo el peso vital que lleva en su cuerpo físico. A pesar de reformas que lo han ninguneado, gobiernos que lo han utilizado, funcionarios que nunca han pisado un aula y pretenden decirle cómo hacer su trabajo.
Los padres de familia también son maravillosos: venden tamales para comprar computadoras; organizan kermeses para pintar bardas; dan clases improvisadas de oficios porque saben que la escuela necesita vincularse con la vida real y sostienen con faenas comunitarias lo que el Estado ha abandonado.
Son gigantes, como aquella madre de familia en Tuxpan que, con dos hijos, se levanta cada mañana desde las cinco para que sus niños tengan uniforme, útiles y un desayuno digno antes de ir a la escuela. Sus hijos están en el cuadro de honor. Cuando le preguntan cómo le hace, responde: "La educación es la única herencia que puedo dejarles". Eso sí es maravilloso, no los discursos huecos desde las oficinas con aire acondicionado.
Maravillosos son los estudiantes —los verdaderos protagonistas olvidados en las narrativas oficiales— quienes caminan dos horas para llegar a clase; que estudian con la luz de sus celulares porque no hay electricidad; que traducen tareas al purépecha para sus abuelos analfabetos; que enseñan a sus maestros a usar tecnología; que resisten la tentación de la migración o el crimen organizado porque creen —contra toda evidencia gubernamental— que la educación si puede cambiar sus vidas.
Estos niños, niñas y jóvenes son las verdaderas maravillas de la educación michoacana. Ellos sostienen con sus cuerpos frágiles, con su voluntad de hierro, con su esperanza obstinada, un sistema educativo que las autoridades han dejado caer.
Pero también hay funcionarios maravillosos: aquellos que entregan mejores resultados porque trabajan con base en diagnósticos reales, quienes gestionan recursos con transparencia y logran que cada peso llegue a donde debe llegar. Son quienes dicen la verdad sobre el estado de la educación, aunque eso les cueste el cargo, a la vez que permiten y promueven la transparencia real y hacen caminar los organismos de participación social en la educación, en lugar de convertirlos en apéndices decorativos del poder, con personajes a modo.
Existen en Michoacán, pero suelen estar alejados de los reflectores y las conferencias de prensa. Rara vez llegan a acumular el máximo poder porque su compromiso con la verdad los hace inconvenientes para el teatro político.
La educación hace maravillas porque transforma vidas concretas. Porque saca niños de la pobreza intergeneracional. Porque convierte preguntas en pensamiento crítico. Porque abre horizontes donde solo había muros. Porque construye ciudadanía donde había resignación. Porque enciende esperanza donde había desesperanza.
Si alguien logra hacer que la educación prospere en esos sentidos, será una persona verdaderamente maravillosa. Pero se medirá por sus frutos: tasas de abandono reducidas, comprensión lectora mejorada, acceso equitativo garantizado, infraestructura digna conseguida, docentes valorados y apoyados, comunidades participando genuinamente en los destinos de sus escuelas. En suma: vidas transformadas.
Recordemos que, las siete maravillas del mundo antiguo fueron construcciones monumentales que asombraron a la humanidad. Pero todas compartían algo: existieron, fueron tangibles, medibles, visitables; plenas realidades que transformaban el paisaje e insuflaban experiencias estéticas sublimes al espectador.
Sí, hay al menos siete maravillas de la educación michoacana contemporánea. Son construidas con esfuerzo heroico a pesar del abandono oficial.
1. Las escuelas sostenidas por comunidades son como la Gran Pirámide que resistió milenios: mantienen viva la esperanza educadora con faenas, cooperaciones y trabajo colectivo de millares de personas, quienes en enjambre suman muchos más constructores que los que levantaron el edificio egipcio. Están en la Meseta Purépecha, en la Tierra Caliente y en la Sierra-Costa: son escuelas que funcionan porque las familias las sostienen, no porque el gobierno las atienda. Estos planteles son monumentos a la resistencia comunitaria, pirámides de esperanza edificadas con el esfuerzo de quienes menos tienen.
2. Los Jardines Colgantes de Babilonia han renacido en las bibliotecas abiertas a contra turno por padres de familia y maestros vocacionados. Así como aquellos jardines legendarios que florecían en el desierto, están las bibliotecas escolares que los padres han construido libro por libro, con rifas, kermeses y donaciones. En Pátzcuaro, en Morelia y en Zamora, existen rincones de lectura que nunca aparecieron en presupuestos oficiales pero que florecen por voluntad popular. Son oasis de conocimiento en el desierto de la negligencia institucional.
3. El Templo de Artemisa reencarna en los comedores escolares organizados por madres de familia. Como el templo dedicado a la diosa protectora, están los comedores que las madres organizan para que ningún niño estudie con hambre. En colonias marginadas de Uruapan, Lázaro Cárdenas y Apatzingán, madres de familia, divinas cuidadoras de los hijos de la comunidad se turnan para preparar desayunos colectivos con recursos propios, porque saben que no se puede aprender con el estómago vacío. Estos comedores son templos de la nutrición y la dignidad.
4. La Estatua de Zeus emula a los maestros con vocación inquebrantable. Como la estatua del dios supremo que imponía respeto con sabiduría y ejemplaridad, están los docentes que, con décadas de servicio, siguen creyendo en la educación transformadora. Maestros que han resistido reformas absurdas, gobiernos incompetentes y desprecios sistemáticos, pero que cada mañana entran al aula con la misma convicción del primer día. Son colosos de la paciencia y la esperanza.
5. El Mausoleo de Halicarnaso se eleva hoy a la memoria de estudiantes michoacanos que triunfaron contra todo pronóstico. Así, está el recuerdo vivo de los estudiantes quienes, saliendo de comunidades marginadas, con escuelas precarias y sin apoyos institucionales llegaron a las universidades y regresaron a servir a sus pueblos. Sus historias son monumentos que inspiran a las nuevas generaciones. Son las tumbas simbólicas de la desesperanza, porque demuestran que la movilidad social sí es posible.
6. El Coloso de Rodas es pequeño ante los estudiantes determinados en Tierra Caliente. Como la estatua gigante que custodiaba el puerto, están los niños y jóvenes que custodian su propio futuro con voluntad férrea. Miles son colosos que sostienen la educación michoacana sobre sus hombros infantiles, contra viento, marea y delincuencia, para regresar prometeicos a cuidar a sus hermanos entre balas, minas y dronazos. Ellos son guardianes y recipiendarios del futuro de Michoacán.
7. El Faro de Alejandría no puede ser otro que los docentes que innovan con 91 pesos al año, como su formación continua les dotará para el año 2026. Guían en la oscuridad, iluminan caminos con creatividad y recursos mínimos: el profesor que enseña física con ligas y botellas; la maestra que enseña biología con el huerto escolar que ella misma cultivó; o quien convierte el teléfono celular en telescopio para enseñar astronomía. Son faros que guían en la oscuridad de la precariedad y la incompetencia burocrática.
Estas son, al menos, verdaderas siete maravillas de la educación michoacana. Emergieron a pesar de la burocracia: existen, son visitables, son tangibles y transforman vidas concretas. Héroes son quienes nos arrancan sonrisas de admiración genuina a la vez que cambian vidas; son los que nos obligan a detenernos con asombro ante su arrojo cotidiano, los que restauran el sentido etimológico profundo de la palabra maravilla.
Todo lo demás es vanidad de vanidades, potenciada por el abandono estructural de la educación pública michoacana.
Las niñas, niños y jóvenes de Michoacán necesitan personajes reales, servidores públicos competentes, honestos y comprometidos que conozcan las aulas, respeten a los docentes, escuchen a las comunidades y rindan cuentas con verdad; que escuchen y arrostren a las voces ciudadanas.
Michoacán necesita que palabras sagradas como maravilla recuperen su dignidad y se usen para nombrar aquello que genuinamente nos detiene con asombro admirativo.
No permitamos que la educación michoacana se desmorone ante nuestra vista, mientras las verdaderas maravillas —esos niños, esas niñas, esos jóvenes, esos maestros, esos padres de familia— sostienen con sus cuerpos, recurso y esperanza el peso de un sistema abandonado.
Merecen nuestro asombro, nuestra admiración, nuestro respeto y nuestros brazos arremangados. ¡Acudamos al llamado que secunda al asombro! Ellos merecen que la palabra maravilla se pronuncie en su honor, porque siembran orden en el caos.
¡Es cuánto!
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*Doctor en ciencias del desarrollo regional y director fundador de Mexicanos Primero capítulo Michoacán, A.C