El virrey visitó la ciudad de Valladolid aquel año de inundaciones. Era un hombre apuesto y vestía con pulcritud, pero lo más destacado es que cantaba con una voz que embelesaba a quienes lo escuchaban

Saúl Juárez

Entre Francisco de Gūemes y Agustín de Ahumada hubo un virrey interino que ocupó el cargo seis meses nada más y la historia lo ha olvidado. Fue el más joven de los virreyes hasta entonces y era diferente a los demás, tan parecidos a las estatuas.

   El virrey visitó la ciudad de Valladolid aquel año de inundaciones. Era un hombre apuesto y vestía con pulcritud, pero lo más destacado es que cantaba con una voz que embelesaba a quienes lo escuchaban. Además, gobernaba con justicia y bondad, actitud poco usual en aquellos y en todos los tiempos.

   En la catedral cantó durante la misa regia en honor a la reina Bárbara de Braganza, esposa de Fernando VI. Para sorpresa de todos, Eréndira Victoria, hija de Carlos Anzorena se reveló como una cantante soberbia que se atrevió a hacer segunda al virrey. Ambos, acompañados por el órgano monumental, cantaron dos motetes en alabanza a la virgen María. Los asistentes a la misa recordarían por siempre aquella tarde maravillosa.

   Como era de esperarse, al acabar la misa, el virrey pidió la presencia de la joven y de sus padres. Fue una conversación larga que concluyó con un compromiso inmediato. Los jóvenes estaban felices.

   En la catedral misma se casaron en una ceremonia discreta presidida por el obispo.

   Meses después, debieron abandonar la capital de la Nueva España, pues el nuevo virrey había llegado. La pareja partió a España y vivieron humildemente en la otra ciudad de Valladolid, en Castilla.

   Dos décadas después, él enfermó gravemente. En aquella casa se escuchó el canto de Eréndira Victoria despidiéndolo de este mundo. El nombre de cantor que fue virrey se perdió en los laberintos del pasado.