Lemebel escribió un tipo de crónica siempre en el filo de la cultura popular y la política, una crítica a la cultura de masas entendida como el cautiverio de los estereotipos contra la homosexualidad y el travestismo

Gustavo Ogarrio

El escritor chileno Pedro Lemebel (1955-2015) fue quizás el cronista más estridente, poético y acerbo de las últimas décadas en América Latina. Lemebel escribió un tipo de crónica siempre en el filo de la cultura popular y la política, una crítica a la cultura de masas entendida como el cautiverio de los estereotipos contra la homosexualidad y el travestismo: “Toda una narrativa popular del loquerío que elige seudónimos en el firmamento estelar del cine. Las amadas heroínas, las idolatradas divas, las púberes doncellas, pero también las malvadas madrastras y las lagartas hechiceras… La poética del sobrenombre gay generalmente excede la identificación, desfigura el nombre, desborda los rasgos anotados en el registro civil”. Lemebel hace uso de símbolos y significados provenientes también de las pantallas de televisión y de la radio, al narrar ciertos giros de la identidad erótica y prostibularia que se deciden a adoptar el perfil de las personalidades de la época, en el contexto de exterminio aleatorio que deja el sida en los años ochenta del siglo XX. El “misterio” del VIH, pero también el de la vulnerabilidad homosexual y travesti ante la avalancha de la “plaga” como una nueva forma de “colonización por el contagio”, como una herida que parecía apenas visible ante la memoria de una herida mayor en Chile: el Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Lemebel amplía la evocación narrativa del Golpe al hacer evidentes los gestos íntimos de la época de la dictadura, al estampar en el lienzo del Once su preámbulo de noches casi esperpénticas. Lemebel registra ese otro mundo en el que pestañea su poética por las calles del arrabal de un “Santiago nazi” que oculta con el maquillaje sus grandes hematomas en el rostro, la danza mortal de los cuerpos coagulados por el VIH que dictan su última voluntad de melodrama popular y casi imposiblemente trágico.