Por Félix Madrigal
Morelia, Michoacán.- Hay directores que filman películas. Y hay otros que parecen abrir portales. Carlos M. Salas pertenece a los segundos. Desde niño se reconoció habitante de ese territorio donde las sombras respiran más fuerte que la luz. Lo dice con una tranquilidad inquietante: “Siempre he sido fan del terror, desde niño”.
Su entrada al mundo cinematográfico no fue casualidad: el azar, o algo más profundo, lo colocó de inmediato en una serie de terror en la Ciudad de México. No comenzó en la comedia ni en el drama; fue el miedo el que lo reclamó desde el principio. Desde entonces, su oficio se ha tejido como esos relatos que parecen dictados por manos invisibles: asistente de dirección, continuista, narrador paciente del horror cotidiano.
Pero un baúl de guiones esperaba en la penumbra. Textos escritos como conjuros, archivados como si fueran reliquias malditas, aguardando el momento de cobrar vida. Ese momento llegó cuando decidió dirigir, y con ello liberar lo que había permanecido contenido. Primero No Nacido en Animal Fest 2024. Ahora, en 2025, Tras la Puerta.
El título no es un accidente. Habla de aquello que se esconde justo detrás del umbral, de lo familiar vuelto extraño. Doce roomies enclaustradas en su departamento se enfrentan a una presencia que no viene de afuera, sino que nace adentro. Es la metáfora más oscura: lo siniestro no golpea la puerta, ya está dentro, merodeando entre los muebles que creemos nuestros.
Salas describe su preferencia con precisión de anatomista: “Me gusta el suspenso que va armando capitas de terror hasta llegar a la explosión. No soy tanto de screamers, soy más de terror psicológico, de thrillers, de lo paranormal. Me gusta mucho el horror japonés, que se va construyendo poco a poco”. Su idea de miedo no depende del grito, sino del silencio. El horror como un insecto que cava túneles dentro de la mente hasta hacerla crujir.
Sus referentes son piezas de un altar: El Resplandor, Los Susurros de los Cuerpos, La Escalera de Jacob. Obras que no muestran la sangre como espectáculo, sino que obligan al espectador a caminar por pasillos que nunca terminan, a escuchar voces que quizá siempre estuvieron ahí. Inspiraciones que se sienten más cercanas a rituales que a películas.
Instalado en Monterrey, con un equipo leal que lo acompaña como una hermandad de sombras, Carlos M. Salas continúa moldeando ese cine que parece extraído de un gabinete de curiosidades. Sus películas no son objetos de consumo rápido: son reliquias que se abren como cofres, revelando lo que debería permanecer oculto.
Porque Tras la Puerta no es solo un cortometraje; es un recordatorio. Cada espectador que la mire habrá tocado, aunque sea por un instante, el borde de ese umbral que separa lo real de lo irreal. Y algunos, quizá, al regresar a casa, miren con desconfianza la puerta de su propio cuarto, preguntándose si lo que se mueve en la penumbra pertenece al mundo de la ficción… o al suyo.
En la voz de Salas, el terror deja de ser un género y se vuelve un espejo oscuro. No hay truco ni artificio: solo la certeza de que lo familiar siempre guarda una grieta. Y que, si uno escucha con atención, tras esa grieta respira algo que nunca nos ha abandonado.