Morelia, Michoacán
Agosto, el mes dedicado a las Personas Adultas Mayores, es un recordatorio del legado y sacrificio de quienes han forjado el camino de nuestra sociedad. Juan García Magaña, de 83 años, es uno de esos pilares. Residente en la comunidad de Cristo Abandonado, su historia es un testimonio de resiliencia, trabajo duro y la inevitable transición de las etapas de la vida.
Juan, quien nació y creció en Michoacán, fue uno de los afortunados que recibió educación primaria en el Internado España-México. Lo cual recuerda con ahínco.
“Nos alfabetizaron con la primaria, pero cuando la primaria no estaba tan devaluada como últimamente se ha visto”, recuerda con orgullo. En aquel entonces, la educación incluía las materias tradicionales, también ofrecía una formación práctica en diversos oficios. Juan eligió la peluquería, atraído por la limpieza y el ambiente de esos lugares emblemáticos en la sociedad mexicana.
Durante 70 años, Juan ejerció como peluquero, construyendo una carrera y diversos hogares para su familia. “Logré hacer cuatro casas, una en Apatzingán, otra en Lázaro Cárdenas y dos en Uruapan. Y saqué adelante a mis hijos, lamentablemente dos se me murieron”, relata con la voz cargada de nostalgia.
La vida de Juan no ha estado exenta de dolor. Su hijo mayor, quien tenía síndrome de Down, falleció hace dos meses, a los 58 años. “Me decían que esos niños se mueren entre 18 y 20 años, pero el mío vivió 58 años”, dice con una mezcla de tristeza y agradecimiento. Para él, la vida es un ciclo natural, donde la materia orgánica se desintegra, pero la energía, que él asocia con el alma, sigue existiendo en otra dimensión.
La pérdida de su local de peluquería fue otro golpe duro. Tras 26 años rentando el espacio, tuvo que trasladar su negocio a su casa, pero no prosperó. “En cuatro o cinco meses que la mantuve abierta, no le corté el pelo ni a 15 personas”, confiesa. Esta situación lo llevó al Cristo Abandonado, un lugar donde encontró refugio en la vejez, recomendado por la hija de una vecina.
A lo largo de sus 83 años, Juan ha acumulado enseñanzas que comparte con las nuevas generaciones. Su consejo es simple pero profundo: “Tenemos derecho a la libertad de palabra, a escoger nuestras amistades y a ser como somos”. Para Juan, la vida es una serie de etapas y, aunque el cuerpo se descompone, la energía persiste, conectándonos con algo más allá de lo tangible.
Hoy, en Cristo Abandonado, Juan García Magaña continúa su camino, recordando los años de trabajo, las alegrías y los dolores, siempre con una sonrisa para agradecer por la vida.