Muchas uruguayas y uruguayos caminaron muchas veces en silencio, otras tantas cantando, desde que se instauró la dictadura en 1975

Gustavo Ogarrio

He llegado a pensar que no hay nada más emblemático en la evocación de la música uruguaya contemporánea que el “Candombe del olvido” (1979), de Alfredo Zitarrosa. Me ha llevado años de escucharlo, una y otra vez, para sentir, padecer y disfrutar la consistencia poética y musical de Zitarrosa, como si fuera una cápsula de significados y sentires de liberación prolongada. “Candombe del olvido” es sin duda una de las más hondas expresiones de la experiencia latinoamericana en contextos extremos de violencia, olvido y memoria, que recorre en imágenes concretas y en clave de interrogación la vida personal de Zitarrosa; casi por añadidura -en un contexto de persecución, tortura y desaparición- ese recorrido se transforma en una experiencia compartida, en una poética cantada de la memoria: “Dónde estarán los zapatos aquellos / que tuve y anduve con ellos. / Dónde estarán mi cuchillo y mi honda. / El muchacho que fui, que responda”. Y en una expresión de resonancia popular y proustiana, Zitarrosa le pide al candombe que le “devuelva” algo de lo vivido y de lo perdido. Es así que ese olvido deviene en un candombe del recuerdo, como si este posible nombre de la pieza se revelara como el motivo encubierto, quizás dialéctico, de lo cantado: “El candombe del recuerdo / le pone un ritmo lerdo al destino / y lo convierte en un camino”. El ritmo pesado y torpe, lerdo, de la persecución, la huida y la “derrota”.  Muchas uruguayas y uruguayos anduvieron ese caminaron muchas veces en silencio, otras tantas cantando, desde que se instauró la dictadura en 1975 hasta que terminó en 1985. A final de cuentas, el destierro por momentos exige “vivir sin pasado”. Senderos que también se recorrieron del presente al pasado entre tangos y candombes, haciendo propias sus enseñanzas populares y sus “palabras habladas” y que, de alguna manera, como cantaba Zitarrosa, fueron también las suyas.