Morelia, Michoacán, 09 de julio de 2024.- En 1953 un novelista estadounidense de nombre Ray Bradbury publicó la novela distópica Fahrenheit 451. En ella se presenta una sociedad estadounidense del futuro en la que los libros están prohibidos y existe personal de «bomberos» que quema cualquiera que encuentren. La menciono porque, en esta narración del escritor originario de Illinois, se describe que no hay límites de velocidad en las carreteras de esta ciudad, por el contrario, los conductores deben respetar una velocidad mínima, situación que no les permite prestar demasiada atención a lo que les rodea y sólo alcanzan a ver las vallas publicitarias que delimitan las carreteras. Lo más relevante es que al obligarlos a conducir a altas velocidades se les impide pensar, ante el miedo a los accidentes, toda su concentración está en el conducir y no queda espacio para otros pensamientos.
La velocidad con la que vivimos, sin duda, en buena medida es atribuible a las distancias, y éstas a que durante el siglo XX el principio urbanístico predominante fue privilegiar al automóvil como protagonista de la ciudad. Uno de los urbanistas más influyentes del siglo XX y fundador del movimiento moderno Le Corbusier señaló que “Una ciudad hecha para la velocidad es una ciudad hecha para el éxito”. Esta frase condensa esta visión que, lamentablemente aún prevalece en muchos gobernantes.
Hoy en día, las distancias que recorremos en la ciudad son tan largas que conlleva a destinar varias horas de nuestro día tan sólo en traslados, sean éstos en automóvil particular o transporte público, la inversión en tiempo es significativa. En algunas urbes como la CDMX el tiempo de traslados supera las cuatro horas al día.
Lo anterior representa que, en nuestra vida cotidiana el tiempo destinado a traslados es cada vez mayor, equivalente o superior que lo destinado a la recreación, a alimentarse o incluso descansar. En una lucha constante por disminuir este tiempo “perdido” hemos aprendido a vivir con prisa, la urgencia, la rapidez y la velocidad son elemento que caracterizan nuestra cotidianeidad. Porque no sólo se trata de la ciudad, sino de la velocidad en las cadenas de producción, los procesos, los ciclos, los intercambios; la inmediatez que permiten hoy las tecnologías ha impregnado toda nuestra existencia.
En 1986, ante la apertura de un restaurante McDonald’s en Piazza di Spagna en Roma provocó múltiples protestas porque constituía una conquista de la comida rápida (fast food), incluso dio origen al movimiento denominado Slow, y que reúne personas en 50 países.
Su propuesta es tomar en forma consciente el control de nuestro tiempo en lugar de vivir bajo la tiranía del mismo, encontrar el equilibrio entre las obligaciones laborales o académicas y la tranquilidad de gozar el estar en familia, de una caminata o de una comida saludable. Su filosofía es preservar y apoyar modos de vida tradicionales.
La vida Slow no significa pasividad, sino una mejor distribución de nuestro tiempo en consideración a valores y actitudes fundamentales, con el fin de alcanzar una mejor calidad de vida. En términos urbanísticos, la «ciudad lenta» (cittaslow –citta que significa «ciudad» en italiano y slow que significa «lento» en inglés) es un movimiento cuyo objetivo es mejorar la calidad de vida en las ciudades; resistencia a la homogeneización de un modo de vida “rápida”.
Pensar la ciudad desde la perspectiva del tiempo, es lo que se ha denominado cronourbanismo, y representa conceptualizar el diseño del espacio urbano teniendo en cuenta los tiempos de desplazamiento con el fin de minimizarlos. Ya se está materializando, y las experiencias indican una mejora en la salud de los ciudadanos, la reducción de emisiones y reactivación de la economía. En términos prácticos, se trata de un modelo de ciudad en el que todo lo necesario está a una distancia accesible a pie, en bicicleta o en transporte público.
El cronourbanismo termina con la idea prevaleciente de la zonificación de usos de suelo que segmenta la ciudad en zonas residenciales, zonas de oficinas, centros comerciales y espacios de ocio. El caso más conocido es el impulsado por el urbanista francocolombiano Carlos Moreno, bajo el concepto de la Ciudad de los 15 minutos, y que ha sido llevado a cabo por Anne Hidalgo como alcaldesa de París, Francia.
En esencia, han logrado acabar con la situación actual que nos obliga a ir siempre rápido, donde el tiempo es un factor económico que nos hace “perder mucha vida”. Se han modificado los usos de suelo para transformar el esquema de “un lugar, un uso”. Se han cerrado calles a los automóviles para privilegiar a peatones y bicicletas.
Se trata de recuperar el sentido del tiempo, ese tiempo que ha desaparecido en aras de una productividad mal entendida, que conlleva un ritmo acelerado; se trata de lograr una ciudad que permita caminar, disponer de tiempo para la convivencia familiar, la creatividad, el ocio, el descanso y fundamentalmente el tiempo para la contemplación. Una ciudad que se viva a la velocidad de las personas y no del automóvil.