Morelia, Michoacán, 15 de noviembre de 2024.- Cada 15 de noviembre la Iglesia Católica celebra a San Alberto Magno (1193/1206-1280), Doctor de la Iglesia y patrono de los estudiantes de ciencias naturales. Alberto ‘Magno’ (de Magnus, ‘grande’ en latín) fue una de las figuras centrales de la cultura medieval, reconocido y admirado por numerosas razones entre las que resalta su amor por el saber y el conocimiento.
San Alberto Magno exploró la mayoría de ramas de la ciencia de su tiempo (teología, filosofía, retórica, alquimia, botánica, etc) e inspiró a otras mentes excepcionales en la búsqueda de la verdad. Entre sus discípulos estuvo Santo Tomás de Aquino. A Alberto se le conoce como el “Doctor Universalis” (Doctor Universal) debido a su vasto conocimiento, el que fue adquirido con mucho esfuerzo y, aunque pocos lo saben, con la ayuda de la Virgen María, con quien San Alberto hizo una suerte de “trato”.
Un dominico en París
San Alberto nació en Lauingen (Alemania) entre los años 1193 y 1206. A los 16 años empezó a estudiar en la Universidad de Padua, donde conoció al beato dominico Jordán de Sajonia, quien lo animó en su vocación religiosa y a integrar la Orden de Predicadores (dominicos).
Años más tarde, Alberto obtuvo el puesto de profesor en la Universidad de París, centro intelectual de la Europa de aquel entonces. Allí se convirtió en un maestro notable. Se dice que el número de sus estudiantes llegó a ser tal que tuvo que trasladar sus clases del aula a la plaza pública, para que todos lo puedan escuchar. Esa plaza hoy evoca su nombre: la Plaza de Maubert” -contracción de “Magnus Albert” (Alberto, el Grande)-.
El maestro que revolucionó la cultura
San Alberto fue elegido superior de la Orden de Predicadores en Alemania y posteriormente nombrado rector de la universidad de Colonia. Fue allí donde tuvo como discípulo a otro “grande” de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino.
A Alberto se le consideraba una autoridad en áreas muy difíciles y diversas: filosofía, física, geografía, astronomía, mineralogía, alquimia (química), biología; así como en Biblia y teología. Se le atribuye el descubrimiento del arsénico y una explicación sobre la tierra como cuerpo esférico.
Él fue el gran iniciador de lo que se conoce como “escolástica”, el movimiento cultural centrado en la educación que cambiaría el rostro de Europa para siempre. No obstante, a pesar de sus dones y de la fama obtenida, fue siempre un hombre sencillo, aferrado a la oración y los sacramentos.
En Roma, Alberto, llegó a ser el teólogo y canonista personal del Papa. Luego sería ordenado obispo de Regensburg, servicio al que renunció tiempo después para dedicarse a seguir formando nuevos teólogos y filósofos para la Iglesia. En 1274 participó activamente en el II Concilio de Lyon.
San Alberto Magno y “la Casa de Sabiduría”
No cabe duda de que San Alberto Magno era un intelectual fuera de lo común. Sin embargo, eso no lo eximió de las fragilidades de cualquier ser humano. Se cuenta que en 1278, mientras daba clases, le falló súbitamente la memoria y perdió por unos momentos la agudeza del entendimiento.
Una vez recuperado, el santo volvió sobre un episodio de su juventud. Contó a sus alumnos que de joven le costaba mucho dedicarse al estudio y una noche, desesperanzado, intentó huir del colegio donde estudiaba. En su intento por abandonar el lugar, llegó a la parte superior de unas escalinatas, cuando divisó, colgada en la pared, una imagen de la Virgen María.
«Alberto, ¿por qué en vez de huir del colegio, no me rezas a mí que soy ‘Casa de la Sabiduría’? Si me tienes fe y confianza, yo te daré una memoria prodigiosa”, le dijo la Madre de Dios. “Y para que sepas que fui yo quien te la concedió, cuando ya te vayas a morir, olvidarás todo lo que sabías», concluyó la Virgen.
“Entre ciencia y fe existe amistad” (Benedicto XVI)
Para el santo, la súbita pérdida de memoria en aquella clase era un signo de Dios que anunciaba lo que habría de venir. Dos años más tarde, en 1280, San Alberto murió apaciblemente, sin enfermedad grave o episodio extraordinario. Ese periodo significó un hermoso epílogo de oración y trato cercanísimo con la Virgen; una serena preparación para el encuentro definitivo con Dios.
“San Alberto Magno –dijo el Papa Benedicto XVI en 2010– nos recuerda que entre ciencia y fe existe amistad, y que los hombres de ciencia pueden recorrer, mediante su vocación al estudio de la naturaleza, un auténtico y fascinante camino de santidad”. (CON INFORMACIÓN DE: ACIPRENSA)