Lo único que se les pide es que no maten al toro. ¿Tan difícil es?

Jorge A. Amaral

Antes de empezar, una aclaración: no soy antitaurino, pero tampoco soy un taurino. Aunque me gusta la elegancia del toreo, la belleza de los toros, la estética taurina (como las pinturerías y los pasodobles), no soy aficionado. Decirlo sería bastante villamelón.

La reciente reforma por la que se prohíben las corridas de toros sangrientas en la ciudad de México ha ocasionado, como dice la chaviza de los medios que usa ChatGPT para “escribir sus notas”, un intenso debate. No es para menos, desde hace años ha sido un tema polémico, en el que posturas irreconciliables se topan de frente, enfrascándose en debates demasiado bizantinos como para hallar un consenso.

Los miembros del sector taurino sostienen que con la prohibición se tira por la borda una industria que genera 20 mil empleos, que tributa 816.9 millones de pesos en impuestos al año, que anualmente lleva a las plazas de toros del país a 3 millones 600 mil personas (desconocemos el porcentaje de auténticos taurinos y cuántos puntos porcentuales representa el villamelonado).

Los taurinos, entre ganaderos y toreros, dicen que con la prohibición también se está mandando al diablo al toro de lidia, que ya no tiene razón de ser sin la fiesta brava. Pero no crea usted que el ganadero pierde al toro que usado para “suerte suprema”. No, el ganadero cobra por ese toro. Así, cada año las ganaderías venden 3 mil 200 toros a las plazas. Desconozco el valor actual, pero una nota de El Sol de México de 2022 hablaba de que cada toro podía llegar a valer alrededor de 60 mil pesos (). Echando lápiz a cifras aventuradas, nos daría un total de 192 millones de pesos al año, sólo en los toros.

Ante tales datos, hay que reconocer que el país no está en su mejor momento como sacrificar fuentes de empleo lícito (la formalidad depende de los contratantes), la economía nacional no está como dejar ir fuentes de ingreso tanto para las familias como para el gobierno por la vía tributaria. Eso es un hecho. Habría que ser tontos para no verlo, como cuando la autoridad celebra que Michoacán es “líder” en captación de remesas (al rato hablamos de eso).

Pero hay que ser bien claros: la reforma aprobada en la Ciudad de México no prohíbe las corridas de toros, no está borrando de un plumazo la fiesta brava, como sí se hizo cuando se prohibieron los animales en los circos (lo cual resultó irónico, porque en los congresos locales y de la Unión hay cada bestia). Lo que se prohíbe es que el animal sea sacrificado, que sea sometido al sufrimiento de las banderillas y demás artilugios antes de ser sacrificado por el matador.

Los taurinos hablan de patrimonio cultural, de tradiciones, de un arte que en México data de casi 500 años. En la Ciudad de México, la primera corrida de toros se celebró el 13 de agosto de 1529, en lo que hoy es el centro de la ciudad. El 13 de agosto de ese año, Nuño de Guzmán, quien fuera presidente de la Primera Audiencia y gobernador previrreinal de Nueva España, acompañado de regidores y alcaldes, ordenó que “de aquí en adelante, todos los años por honra de la fiesta de San Hipólito se corran siete toros, y que de aquellos se maten dos y se den por amor a Dios en los monasterios y en los hospitales”, según datos del INAH.

Pero en 500 años algo debe cambiar. La sociedad evoluciona, los valores que la rigen también cambian acorde con las necesidades de cada época y la fiesta brava no está escena. Más bien, como se está demostrando, quienes la viven y practican quieren mantenerla con vida, deben modernizarla, hacerla que esté a tono con los actuales valores que rigen a la sociedad.

Negarse a que las corridas de toros se modifiquen, dejando atrás ciertas prácticas, es de un carácter y una visión tan necios y obtusos como si alguien hubiera pretendido mantener vigentes los duelos de gladiadores con bestias en el Coliseo Romano. “Es que es nuestra tradición, es nuestra identidad como romanos mandar a estos esclavos a romperse el alma entre ellos o con un animal salvaje”, dicen que dijo un defensor de estas prácticas, quien acusó de progres y “zurdos” a quienes decían que ya no se matara gente ni animales en ese lugar.

El argumento de que se está condenando a la desaparición a la raza de toro bravo es una falacia, porque no se están prohibiendo la faenas. Éstas pueden celebrarse tranquilamente y con todo eso que los toreros hacen para lucirse. Entonces pueden hacer lo que los ganaderos de toros de reparo: suben sus toros a los camiones, hacen el jaripeo, cobran al organizador (algunos bastante bien) y regresan a sus ranchos con los toros. Ahora, si yo tuviera un rancho de esos donde los toros viven en santa paz y armonía con la naturaleza, organizaría recorridos a caballo o en carrito para que la gente interesada los viera y apreciara (son animales bellísimos) y, regresando al rancho, una comilona con buenos cortes y buenos vinos, todo en un ambiente ad hoc. Así les vendería la experiencia a los amantes de los toros. Se los dejo como sugerencia.

Entonces hay la forma de mantener la fiesta brava con vida, sí hay manera de que una tradición sobreviva, sí hay cómo las faenas se sigan realizando y que sigan formándose nuevos toreros. Lo único que se les pide es que no maten al toro. ¿Tan difícil es?

Ahora que si los taurinos se empeñan en que sin la muerte y maltrato al animal se está condenando la fiesta brava, si se mantienen la postura de que si el animal no es sacrificado nada tiene sentido, ni siquiera su existencia; si no pueden llevar a cabo un espectáculo sin que el animal sufra heridas y muerte, quiere decir que, entonces, los antitaurinos siempre tuvieron la razón: la tauromaquia sólo es un negocio de muerte.

Tiempo de Octavio

Octavio Ocampo, líder estatal del PRD, se empeña en mantener a flote en lo local al partido. Es de los pocos que se han mantenido fieles al amarillo con negro, aunque con algunos convenientes devaneos políticos para tampoco estar mal con quienes hay que estar bien en Casa Michoacán.

El perredista dice que se trabaja para refundar al partido, algo que debió hacerse hace 10 años como mínimo.

El partido a nivel nacional está muerto, desaparecido, borrado, pero en lo local tiene gente que aún cree en lo que ese proyecto representaba. Hay quienes aún creen en los valores que enarbolaba el perredismo fundado por Cuauhtémoc Cárdenas. No sé si Octavio Ocampo represente esos valores, ya que su antigua cercanía con Silvano Aureoles era un indicativo de que no, pero bueno, él sigue al frente y al parecer cree en ese proyecto.

Ahora es tiempo de Octavio Ocampo. hoy que las rémoras del perredismo están en otro lado, hoy que toda esa gentuza se regodea con el hueso que les arrojaron, Ocampo Córdova debe trabajar a ras de suelo con la militancia que aún le queda, aunque mucha de esa militancia sea como los aficionados del Atlético Morelia: movidos sólo por la nostalgia de lo que un día fue y no volverá a ser jamás.

Ahora Octavio Ocampo no tiene nada que perder y mucho que ganar si sabe hacer política con el pueblo y no con las cúpulas, y, si lo logra, no permitir la proliferación de corrientes como sucedió en el pasado y como ocurre ahora en Morena. Al tiempo.

Victorias ficticias

Esta semana, la autoridad estatal celebraba que Michoacán es líder en captación de remesas. Por medio de un boletín, se dijo que “Michoacán recuperó en 2024 el primer lugar a nivel nacional en captación de remesas, con un total de 5 mil 647 millones de dólares, informó Antonio Soto Sánchez, secretario del Migrante”.

Para Antonio Soto, el que Michoacán sea el estado que más dinero recibe de los migrantes es una especie de logro, resultado de una excelente política económica que consiste en no propiciar la generación de empleos ni atraer inversiones para que, así, la mano de obra tenga que salir a conquistar el mundo y mandar dólares. Esa política pública en materia financiera está funcionando de maravilla, ¿para qué queremos empleos y oportunidades aquí? Es cuánto.