El Domingo de Ramos en Morelia combina tradición, fe y memoria, reuniendo a familias en una celebración que perdura en el tiempo.
Morelia, Michoaca´na.-Entre los adoquines del Centro Histórico y el murmullo de las campanas que anunciaban el inicio de la Semana Santa, este Domingo de Ramos volvió a reunir a decenas de familias en los templos y parroquias de la capital michoacana, donde la fe católica se entrelaza con la costumbre, el color y la memoria colectiva.
Desde temprano, el aroma a palma recién cortada se hizo presente las inmediaciones de San Agustín, Las Monjas, el Carmen y, por supuesto, la Catedral. Artesanas llegadas desde comunidades como San Nicolás Obispo, Capula y Santa María ofrecían trenzas, coronas, cruces y ramos tejidos a mano, que rápidamente se agotaban entre los feligreses que buscaban llevar a casa una muestra de bendición.
La ceremonia, que recuerda la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén, marcó el inicio formal de la Semana Santa, una de las festividades más arraigadas entre las familias morelianas.
Muchos llegaron en compañía de niños y personas mayores, algunos vestidos de blanco, otros con trajes típicos o simplemente con el recogimiento que exige la ocasión. No faltaron quienes portaban sus palmas con listones rojos, amarillos y verdes, ni quienes tomaron fotografías con discreción para guardar el instante.
A las afueras del templo del Señor de la Salud, un padre bendecía los ramos al ritmo de cantos suaves. La fila de asistentes avanzaba con calma, mientras algunos aprovechaban para hacer una breve oración por los suyos.
“Venimos cada año. Es nuestra manera de agradecer y también de enseñarles a los niños lo que vivíamos desde chicos”, se escuchó decir a una mujer que sostenía de la mano a su pequeña hija.
En la capital michoacana, las celebraciones religiosas como esta han resistido el paso del tiempo y las transformaciones sociales.
Aunque no con las multitudes de antaño, cada año vuelven los mismos rostros y las mismas intenciones: pedir salud, proteger el hogar, mantener viva la fe.
El Domingo de Ramos representa el paso de la gloria a la pasión. Es un día de esperanza, pero también de inicio del duelo.
Así, este día en Morelia se viven entre lo sagrado y lo cotidiano, entre la palma que adorna la sala y el recuerdo de una promesa susurrada en silencio.
Esta mañana, Morelia volvió a ser testigo de esa mezcla entre fervor y costumbre, entre devoción heredada y fe renovada.
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En cada palmas bendita, en cada mirada hacia el cielo, se escondía una historia personal y una comunidad que, año con año, vuelve a encontrarse consigo misma.