Morelia, Michoacán.- Eternamente postrado en una banca, a las puertas del Teatro José Rubén Romero, un hombre parece observar la vida con la misma picardía y melancolía con la que vagó por las páginas de La vida inútil de Pito Pérez.
No es cualquier transeúnte: es Jesús Pérez Gaona, con su botella de aguarrás en la mano derecha y una canasta de hilos en la izquierda. «Pito Pérez», el vagabundo literario, es un símbolo de la ironía y la bohemia michoacana, cuya escultura se ha ido puliendo con los años por los amigos que ha hecho en su banca, abrazados a él para tomarse una foto.
Desde abril de 2018, esta figura de bronce ha servido de compañía silenciosa para quienes transitan por el Jardín de las Rosas, uno de los rincones más bonitos de Morelia. Estudiantes, turistas y morelianos se sientan a su lado, como si esperaran escuchar alguna de sus anécdotas llenas de sarcasmo y verdades incómodas.
Más allá de su pose relajada, hay detalles que dan fe de quien es: su chaleco apretado bajo el saco abierto, la falta de cinturón, unos zapatos sin agujetas y su inseparable sombrero, ensuciado por un grafiti. Los marcos de cobre que citaba sus palabras ha desaparecido, arrebatado por la misma sociedad que lo rechazó.
Más que un simple homenaje literario, la estatua de Pito Pérez es un testigo eterno de Morelia, un vagabundo que nunca se fue y que, desde su rincón, sigue observando el mundo con ironía y poesía.
«Pobrecito del diablo, qué lástima me da, porque nunca he oído una palabra de compasión o de cariño para él», rezaba uno de los marcos que hoy ya no está.
Fotos Asaid Castro/ACG