Por Rubí de María Gómez Campos
El prematuro debate actual acerca de la sucesión al gobierno del estado está contaminado por intereses políticos disfrazados de feminismo progresista. En realidad, además de acentuar la lucha de sexos tan pueril, la promoción de una regla de alternancia “de género” para elegir a quienes nos gobiernen implica despojar a la mitad de la ciudadanía (hombres o mujeres) durante 6 años, del derecho a votar y ser votada.
Aunque con la propuesta de alternancia paritaria se buscara sinceramente la igualdad de derechos, lo que se lograría sería simplemente limitar el derecho de ambos sexos, cada sexenio, a ocupar algún cargo. Obligar a la elección de candidaturas de un solo género es reducir el tema de la igualdad a sus aspectos formales y no de fondo. Como cuando de una pareja se dice que es un matrimonio rigurosamente equilibrado, porque cada uno lava su plato, manteniendo el problema de decidir ¿quién lava las cazuelas? Lo importante en una pareja, como en un gobierno, es la capacidad de diálogo, la habilidad para llegar a acuerdos, la facultad de producir resultados positivos y una potencia lúcida para resolver problemas.
Históricamente es necesario recordar que las llamadas “cuotas de género” o las políticas de “acción afirmativa” son medios o estrategias temporales para promover la igualdad. No deben confundirse con los fines de una sociedad que busca hacer efectiva la igualdad de derechos, justicia para todas las personas y el ejercicio democrático de toda la ciudadanía, en igualdad de circunstancias y mediante el respeto mutuo. Las políticas de acción afirmativa (cuyo fin es eliminar barreras producidas por la desigualdad) sucedieron a las políticas de igualdad de oportunidades; pero, a su vez, éstas fueron sustituidas por políticas transversales cuya tarea es corregir el punto de partida de la desigualdad, incluyendo a ambos sexos en modelos integrales de desarrollo.
Por experiencia y desde hace muchas décadas sabemos que el ejercicio del poder por parte de cualquier mujer no garantiza un orden de justicia entre ciudadanas y ciudadanos. Un “cuerpo de mujer” no garantiza una conciencia crítica que busque la justicia para las mujeres ni combata la desigualdad. No es lo mismo Xóchitl Gálvez que Claudia Sheinbaum. Su historia, sus valores y sus ideologías marcan diferencias abismales. No basta con ser mujer, pues, para garantizar un ejercicio democrático e igualitario que beneficie a todas las mujeres. Complementariamente recordemos que cualquier hombre en el poder debe cumplir con la aspiración democrática de todas las mujeres y asumir la responsabilidad de erradicar toda forma de discriminación en contra de ellas. No podemos esperar que una mujer gobierne para que se combata el machismo. Esto es obligación de todos los gobiernos.
Es decir, el machismo, el clasismo y el racismo debemos combatirlo todas y todos. Las luchas feministas no sólo son “temas de mujeres”. Si verdaderamente aspiramos a lograr un orden de igualdad y de justicia para todas las personas, deben contribuir a esto también los hombres. No es posible lograr un orden de justicia e igualdad si reducimos las tareas democráticas a la participación exclusiva de algunas mujeres (seleccionadas, por otra parte, por métodos no democráticos).
Así pues, el uso político y deshonesto del discurso feminista sólo agudiza una lucha de sexos que desearíamos superada. La sociedad actual ha consolidado lo que las feministas llaman “la muerte del patriarcado”; lo que significa, no que se haya erradicado el machismo, sino que las mujeres tenemos voz y un nivel de participación en la cultura, con la misma legitimidad que tienen los varones. Por ende, lo anacrónico es reforzar la lucha de sexos en estos momentos en los que toda la ciudadanía -hombres y mujeres de espíritu democrático- han logrado llevar a una mujer íntegra y capaz a la presidencia de la república.
Retrógrado es que los gobernantes sigan pretendiendo decidir quién sea su sucesor. Acorde con la consolidación del “humanismo mexicano”, como un espacio que permita la creatividad de todas las personas, personalmente creo (como sostengo en el título de uno de mis libros) que “el feminismo es un humanismo”. Esto es, que las ventajas y beneficios de la teoría y la política feministas son para la construcción de un mundo más humano, fecundo y solidario, que garantice la mejor expresión tanto de los hombres como de las mujeres de México y del mundo. Es tiempo de mujeres significa que es tiempo de justicia. De beneficiarnos todas y todos de un mundo de iguales. Y si realmente queremos crear igualdad debemos sembrarla todos los días, no sólo en periodos electorales.
Finalmente, como dijo Gayle Rubin, la creadora del concepto “género”: “los hombres y las mujeres no son tan distantes como el día y la noche, la tierra y el cielo, el yin y el yang. Realmente estamos más cerca uno del otro que de cualquier otra cosa, por ejemplo, las montañas, los canguros o las palmas” (“Tráfico de mujeres. Notas sobre la economía política del sexo”). Por tanto, en pos de una sociedad genuinamente feminista y democrática, lo más consistente con un proyecto de desarrollo humano edificante para el ejercicio de la política es dejar de usar el discurso feminista a conveniencia, y asumir que la ciudadanía comprende mucho más la auténtica dignidad humana de las mujeres de lo que algunos políticos supuestamente progresistas pretenden.
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