Siempre necesitamos a los educadores para abordar las causas de la barbarie, descifrarla, despreciarla. Así lo dijo el Maestro Torres Bodet

Siempre necesitamos a los educadores para abordar las causas de la barbarie, descifrarla, despreciarla. Así lo dijo el Maestro Torres Bodet “Un hombre muere en mi/ siempre que un hombre muere en cualquier lugar,/ asesinado por el miedo y la prisa de otros hombres.

Se conmemoraron dos años del episodio más reciente, lamentable, de la guerra interminable entre Israel y Palestina. Judíos y árabes; Hamás contra Netanyahu. Qué importa la denominación, la guerra siempre es barbarie.

Han transcurrido dos años de la atroz incursión militar, terriblemente violenta, asesina, por parte de grupos guerrilleros de Hamás contra asentamientos judíos, donde hubo más de mil doscientos muertos y 251 rehenes en esa noche negra que dio inicio a la guerra, después de la cual no ha habido tregua.

Dos años. Son veinticuatro meses; más de setecientos días de destrucción, en los que la población civil, principalmente los más vulnerables han sufrido las mayores desgracias de la humanidad: muerte, violencia, hambre, desamparo, desplazamiento.

Las víctimas son 21 millones de habitantes en los territorios que históricamente se habían acordado para el pueblo palestino y que se han ido reduciendo conforme va triunfando el extremismo de ambos lados.

Los radicales sólo provocan el caos, la devastación; cada que los radicales árabes atacan, provocan que se fortalezcan los extremistas judíos, ávidos de guerra y con pretendidas justificaciones para avanzar en la búsqueda de sangre de ambos lados.

El resumen es inaudito: de cada diez personas en Palestina, al menos una ha perdido la vida o ha sido herida, el 11 porciento según el diario Los Ángeles Times. Las nueve restantes, el noventa por ciento de la población, están desplazadas de sus hogares. Eso dicen las noticias. Nueve de cada diez hogares están destruidos. Tres de cada cuatro hectáreas de cultivo ya no están aptas para ser utilizadas, están destrozadas. El daño es irreversible. Se trata de un verdadero genocidio.

La gente muere a diario. Mujeres y hombres de todas las edades. Volvemos al poeta: Un hombre como yo;/ durante meses en las entrañas de su madre oculto; nacido, como yo, entre esperanzas y entre lágrimas,/ y –como yo- feliz de haber sufrido,/ triste de haber gozado,/ Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Los hospitales están destruidos y han sido atacados directamente por bombardeos. El cálculo es que han muerto más de 65 mil palestinos. Nadie debería tomar partido por los extremos. No se disculpa absolutamente nada de lo que ahí ha sucedido.

No es nunca justificable lo que hizo Hamás, al matar a sangre fría a cientos de judíos en sus propias casas, sus granjas, centros de trabajo. Mil muertos de un lado pueden justificar sesenta mil del otro. Jamás. Es la barbarie en ambos lados.

En la conmemoración judía de la incursión Palestina se distribuyeron las escenas de dolor y desesperanza. Odio, terror. Los sentimientos más sombríos que niegan nuestro concepto de civilización. No somos más animales sociales cuando nos matamos entre nosotros.

Se impone la barbarie por doquier y no es justificable.

Sigue nuestro maestros Jaime Torres Bodet: “Un hombre muere en mi siempre que en Asia,/ o en la margen de un río/ de África o de América,/ o en el jardín de una ciudad de Europa,/ Una bala de hombre mata a un hombre/ Y su muerte deshace todo lo que pensé haber levantado en mí,/ sobre sillares permanentes”.

Los niños. Juventudes destrozadas, condenadas a la miseria y a la hambruna por los fanatismos de sus ancestros. Inyectados por la misma y necesaria rabia de venganza. Continuarán ese pleito por los siglos de los siglos.

Nadie ha podido hacer nada para evitar los ataques a instalaciones de salud, escuelas, guarderías que, según las imágenes de este segundo aniversario, muestran hecho polvo, cenizas lo que antes fue una ciudad con un funcionamiento regular y en vías de salir adelante con la agricultura y una incipiente ganadería e industria, muy características de esa zona del Mediterráneo.

Nadie, ni Trump y sus alardes o la desfalleciente ONU tienen la capacidad de detener la barbarie. El presidente de los Estados Unidos en su megalomanía, lo que ha intentado es generar una tregua en el conflicto, en su petulante y grosera aspiración de obtener el Nobel de la Paz.

Es parte de la propia locura. ¿Cómo aspira un hombre que provoca odio y enfrentamiento en su propia casa, a que pacten los guerreros de otras latitudes?

Se anunció en las horas recientes la liberación de los rehenes que aún tiene Hamás, lo cual es una buena noticia. “Muy pronto” dijo Trump en una de esas frases de ambigüedad e histrionismo que caracterizan su forma de mentir. “Todas las partes serán tratadas de manera justa”.

¿Habrá justicia posible para Gaza? ¿Para los kibutz cercanos a Gaza o Tel Aviv? ¿Qué tipo de justicia puede provocar la guerra? ¿Se puede hablar de justicia para las generaciones que perdieron todo en Gaza?

En dos años han matado a cientos de médicos con la única justificación de que los mandos políticos y militares de Hamás se refugian en hospitales. Su único pecado era cumplir con su trabajo.

Más de 67 mil muertos y 170 mil heridos, sin contar a los miles que seguramente están enterrados en los escombros de los edificios bombardeados. Nunca volverá a ser igual la vida en Gaza, ni en Palestina en general. Pero se siembra el miedo y tampoco lo será en las ciudades judías donde por obligación histórica conviven ambos pueblos que se definen, ambos, los herederos de la palabra de su Dios. A ninguno de los dos les ha servido.

Terminamos con la palabra del poeta, para definir la barbarie de Gaza:

Súbitamente arteras,/las raíces del ser nos estrangulan./ Y nada está seguro de sí mismo/ -ni en la semilla en germen,/ ni en la aurora la alondra,/ ni en la roca el diamante/ ni en la compacta obscuridad la estrella/ ¡cuando hay hombres que amasan/ el pan de su victoria/ con el polvo sangriento de otros hombres!

Facebook: Jaime Darío Oseguera Méndez