Zamora, Michoacán

En el corazón de Zamora, Michoacán, se erige una joya arquitectónica que ha sido testigo de siglos de fe, historia y transformación: el Santuario Diocesano de Nuestra Señora de Guadalupe. Una obra monumental que comenzó como un sueño en 1862, en un pequeño y profundamente religioso pueblo que, en ese entonces, pertenecía a la Diócesis de Morelia.

En 1862, Zamora aún era parte de la vasta diócesis de Morelia, que se extendía hasta León y Querétaro. Sin embargo, la necesidad de autonomía llevó a la creación de la Diócesis de Zamora. Sin catedral propia, la parroquia local fue designada como catedral provisional, según lo explicado por Miguel Carriedo Pulido, cronista del santuario.

El experto en la historia del inmueble resaltó que, el sueño de una catedral comenzó a tomar forma en 1899, bajo el primer obispo Antonio de la Peña Navarro. Posteriormente, durante el episcopado de José Cázares y Martínez, el arquitecto Jesús Hernández Segura emprendió la búsqueda de inspiración en Europa, regresando con un proyecto en estilo neo gótico. En 1904 se colocó la primera piedra, y la construcción avanzó con entusiasmo, alcanzando dimensiones colosales: 57 metros de frente, 95 de fondo y torres que, con 107 metros de altura, se ubican entre las más altas de México y Latinoamérica.

La obra, conocida por su distintiva cantera roja extraída de Jaripo, enfrentó un destino incierto. En 1914, en el contexto de la Revolución Mexicana, los trabajos se detuvieron. Intentos de retomarla en 1918 fracasaron debido a la inestabilidad de la Guerra Cristera en 1925. Durante décadas, el edificio incompleto fue cuartel de revolucionarios y post-revolucionarios, ganándose el apodo de “la catedral inconclusa”.

Pasaron 74 años antes de que la construcción se reanudara. En 1988, bajo el auspicio del presidente Miguel de la Madrid y con el respaldo de Lázaro Cárdenas Batel, la obra fue expropiada y recuperada. El obispo José Robles Jiménez lideró el esfuerzo por devolverla a la iglesia, reanudando los trabajos con la cantera original de Jaripo.

El resultado es un santuario que deslumbra con sus detalles: vitrales que narran las cuatro apariciones de la Virgen de Guadalupe, un altar de tres niveles y capillas con criptas que pueden albergar hasta 38 mil cenizas.

Hoy, el Santuario Guadalupano es un lugar de peregrinación y orgullo para los zamoranos. Con una superficie de cinco 415 metros cuadrados, su majestuosa arquitectura atrae a miles de visitantes, especialmente durante las festividades guadalupanas, cuando más de 10 mil personas acuden para venerar a la Virgen.

De ser una catedral inconclusa, el Santuario Guadalupano se ha transformado en un emblema de resiliencia, historia y fe.